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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

6
Oct
2020

La ética de la creencia

1 comentarios
niágara

Cuando Clifford, en su texto “Ética de la creencia”, atacaba la creencia religiosa, ponía un ejemplo interesante: si el armador envía a navegar un barco que está en malas condiciones porque confía en que la providencia no permitirá que se hunda, es responsable de lo que pase cuando se hunda, porque se hundirá antes o después. La analogía vale en lo que vale. En esta gestión de la pandemia el gobierno acusa a las comunidades, estas al gobierno y al alcalde despistado también le cae lo suyo. Uno tiene la sensación de que a los políticos la cosa pública no les importa nada en absoluto. El juego es otro y los peones que nos permitan dar jaque al rey (nunca mejor dicho) se sacrifican gustosamente. Y si alguien levanta la voz, le lanzan a los morros un cúmulo de regulaciones y desregulaciones que recuerdan mucho al “pues anda que tú” (falacia del “tu quoque”) al “vuelva usted mañana” de Larra. Parece que no hemos avanzando tanto en este siglo.

El otro día se convocó a las partes de un juicio por malversación de fondos, prevaricación y demás, de un caso que sigo más o menos de cerca, ¡11 años después de que el asunto se destapase! En cierto modo esto trasmite un mensaje muy poco edificante. Dentro de unos años, cuando alguien judicialice la desastrosa gestión de la pandemia, la situación se habrá estabilizado (a pesar de los políticos) y el calentón social habrá desaparecido. Un recuerdo siempre es una cosa borrosa que ha perdido buena parte de su fuerza emocional. Todo quedará como un mal sueño y aquí paz y después gloria.

En fin, todo esto puede encerrarse en la idea de que la gente que nos ha tocado en el gobierno (de la nación, que no sé muy bien quién gobierna en el bajo Ampurdán) en esta época de locos es desastrosa. En cualquier país civilizado un ministro y sus adláteres que se permiten invocar un comité científico de expertos que luego ellos mismos dicen que nunca existió deberían estar en la calle. Y quien les ha puesto ahí, también. Porque eso tiene consecuencias. Mandar un barco a navegar sin capitán confiando en que quizá las corrientes impidan que encalle (ya no metemos a la providencia, que no juega esta partida) es punible. Si “La ética de la creencia” de Clifford sirvió para que los religiosos pensasen qué significa creer, no ha de valer menos para que sobre los que rigen los destinos de esta nave desbocada caiga el peso de sus manejos.  

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Loreto
6 de octubre de 2020 a las 14:30

Veritas

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