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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

17
Oct
2009

Una ciudad firme

1 comentarios

En Sobre la norma del gusto, donde Hume se dedica a cuestiones que hoy llamamos de estética, nos encontramos con una afirmación bien interesante: aunque todo el mundo aprueba la justicia, nadie está de acuerdo en qué actos son justos. Por eso cualquier periódico que se coja estos días, en el que se nos narran los “eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” se verá que todo el mundo clama por la justicia, los que defienden X y los que defienden todo lo contrario. Y vemos que al final, el poder judicial (el ministerio de justicia, qué cosa, ¿por qué no un ministerio de fraternidad, o de libertad? Mejor no, que ya tenemos el de igualdad y, por lo que he oído, es un agujero negro que invade el puro terreno de la sociedad civil de un modo terrible) decide lo que es justo (aunque cualquiera se da cuenta de que la cosa no acaba ahí). La corte de justicia de esta ciudad, me sorprendió, tiene una representación de la justicia que no es a la que estamos acostumbrados, ciega y con la balanza, sino que es una especie de coloso, un poco repanchingado, que apoya su mano sobre una columna, alegoría que nos recuerda la idea de fundamento firme. Y yo siempre me pregunto que dónde está ese fundamento firme de la justicia (de la verdad, de la bondad…). La postmodernidad, básicamente, es la respuesta a esa pregunta: no existe (se ve en la última película de Woody Allen, Whatever Works, que es un tanto más de lo mismo, pero al menos es algo divertida, aunque no pasará a la historia de sus grandes obras). ¿No existe? Está por ver si funciona o no aquello del “suelo del ser”.

 

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entós susurrante
18 de octubre de 2009 a las 19:19


Este recordatorio que nos haces de esta cuestión fundamental en la filosofía griega (¿sólo en la griega?), bien se ve que continúa presente entre nosotros… Cómo no, si “qué es la Justicia” es una de las grandes preguntas, esas de las que uno podía tomar conciencia (si es que antes no lo había hecho –cosa, lamentablemente, muy posible-) al menos en las primeras clases de Filosofía en el bachillerato. Lo que ocurre es que una cosa es hacernos la pregunta “de verdad”, con sincera intención de buscar la verdadera respuesta (hombre,… habrá que ser “buscadores” un tiempo, antes de concluir que no hay respuesta “verdadera”) y otra es partir de la respuesta de que el Mundo es evidentemente injusto y luego aparentar que uno mantiene la actitud de preguntar para así justificar que lo único que encuentra como “datos objetivos” es que todo muestra por “doquier” la sospechada Injusticia, o sea, la no existencia de la tal Justicia en la que cuatro ingenuos (bueno, puede que alguno menos) creía. Me temo que la gran mayoría pertenecemos a ese gran grupo (si restamos los “ingenuos”) de los aparentes filósofos (esos de los que decía Platón que podrían compararse a la piel bronceada por el sol en la superficie) que partimos de un convencimiento total de cómo son las cosas en el Mundo…, entonces, ¿qué estamos buscando “de verdad”? Tengo muy presente un libro que leí hace tiempo que giraba en torno a la consabida expresión “positivista” de “ver para creer”, que de un modo más o menos consciente regula nuestras vidas, y en él aprendí (luego, esta idea la he reencontrado, cómo no, en otras muchas reflexiones) que justamente lo que ocurre es lo contrario, que “si no lo creo, no lo veo”… De nuevo, tengo el atrevimiento de exponer este tipo de afirmaciones porque no tenemos más remedio que recordar que la actitud de “creencia” (ay, qué connotaciones “abominablemente religiosas” podría estar viendo algún improbable lector de prestigiosa condición ateo-agnóstica) es fundamental en la búsqueda de la Verdad, no importa en qué concluya esa búsqueda o cuándo quiera uno “pararse”. Ponernos de acuerdo en qué cosas son Justas (tarea muy difícil como dice Hume –y han sabido siempre los grandes filósofos-) es imprescindible para convivir bien, y ese mismo “acuerdo” nos va a llevar (como siempre ha ocurrido –ay, estoy en la “cuerda floja” de las “Novedades Eloína”-) a indagar sobre qué es la Justicia… Si mi época postmoderna me responde que “no existe”, mi espíritu filosófico (que por ser humano he recibido “por naturaleza”) DEBE impulsarme a poner en tela de juicio respuestas “baratas” y “prefabricadas” que parten del prejuicio de “ver para creer”…¿Y si yo, profundizando en MÍ, encontrara la capacidad de “creer aunque no vea” y me otorgara el tiempo necesario de comprobar que aquello en lo que creo termina apareciéndose ante mí? La física moderna podría ayudarnos con sus conclusiones “científicas” más modernas (¡no postmodernas!), pero para eso también deberíamos “creer” o “esperar” (¿es distinto?) que la propia Física puede hacerlo. Como hemos dicho otras veces, todo es conformarse con la vida que uno viene viviendo o desear hacerlo de otra forma… Si fuéramos muchos los ciudadanos que admitiéramos en nuestro interior el “creer para ver”, ¿no merecería la pena volver a hacernos la eterna pregunta de qué es la Justicia y pasar a un diálogo sobre qué cosas son Justas? Si no tenemos tiempo, no importa, Sócrates, Platón, Aristóteles, etc, etc. ya lo han hecho por nosotros.

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