30
Oct2008Cebrián
1 comentarios
Oct
Hay ciertos medios de comunicación que transmiten un algo especial y que generan una complicidad semejante a eso que los psicoana
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor
Filtrando por: 2008 quitar filtro
Hay ciertos medios de comunicación que transmiten un algo especial y que generan una complicidad semejante a eso que los psicoana
Los antiguos hermeneutas hablaban de la subtilitas applicandi. No se trata de una cosa esotérica que sólo puedan hacer unos iniciados. Si bien en nuestros días la cosa se ha ampliado considerablemente, se trataba, al menos antes, de lo que tenía que hacer un predicador, a saber, aplicar la comprensión del texto que se acababa de proclamar a la situación actual de los fieles oyentes. Es, también, lo que le compete a un traductor: hacer hablar a un texto extraño en la propia lengua. No tiene sentido traducir literalmente “don’t pull my leg” por “no me tires de la pierna”, ya que lo que significa es “no me tomes el pelo”. Aquí se ve claro, ¿verdad? No me tires de la pierna… ¿Qué no te qué? El mismo proceso, creo, es el de la homilía. Y perdón por volver a dar la barrila con este tema, pero es que los fieles lo sufrimos en muchas ocasiones. Una cosa son los principios con los que entra el predicador, y otra es la situación específica con la que se encuentra. Sin duda, debe mirar al pueblo fiel, mas no es necesario que conozca con todo detalle qué piensa, por qué sufre o qué le alegra en ese momento, pues forma parte él mismo de la comunidad de predicación: aunque suene algo arcano, él mismo predica y se predica, porque es sujeto y objeto de la predicación. Con esta cosa subida de tono, sólo quiero dar a entender que el predicador es juez y parte, por eso no sale del círculo de interés de la predicación. Ahora bien, cuando se queda en el papel de juez, suele soltar unos rollos que meten miedo, precisamente por sabidos, archisabidos e imposibles de aplicar. Para eso, claro, hace falta sutileza, que no es un andar evanescente pegado a las paredes, sino la prudencia (sabiduría) suficiente para aplicar el mensaje evangélico al aquí y ahora de la vida. Los tratados teológicos tienen su sitio, en la universidad, y allí se demostrarán verdaderos o falsos, por el juicio de la prueba dialéctica o similar. Pero pasados tal cual al púlpito, curiosamente, dejan de ser verdaderos o falsos. Suelen ser un rollo, porque falta la subtilitas applicandi. Me lo voy a aplicar ahora mismo, valga la redundancia.
Estos días de atrás leí la noticia de que Dawkins y sus amigos habían lanzado una campaña publicitaria en los autobuses de Londres que rezaba: “Dios probablemente no existe, deje de preocuparse y disfrute de la vida”. Ahora, me he puesto en Google a buscar las palabras exactas y, entre las fuentes fiables para citar, me he encontrado con un artículo fundamentalista publicado en el País, donde un señor afirma que “El hombre ha puesto a Dios en un brete”. ¡Qué ridículo eres, autor del artículo! De tu texto se desprende un fundamentalismo tan barato que huele a colonia de peluquería de los años 60. ¿Pero realmente has pensado lo que dices? Lean, lean, que las patentes de corso ciegan a veces a los redactores.
La frase que Dawkins y los demás quieren poner en los autobuses dice mucho más de lo que es previsible que pretendiesen. Primero: la existencia de Dios preocupa. Deje, luego, de preocuparse. Mas, ¿hay algo más humano que preocuparse? No hay ni un solo filósofo que haya olvidado la cuestión de la preocupación o, por ponernos “cultérrimos”, lo que Heidegger llama “la cura” o die Sorge. Mira, autor, la preocupación es inherente al ser humano. Deja de preocuparte y dejarás de ser humano, tregresando al estado primático y, ahí sí, ahí es donde caen los iluminados (algunos de los cuales escriben en El País, ojo, no sólo en la competencia), que ya te dirán, en esa tábula rasa en la que se convertirá tu vida, qué debes poner para que, al menos, esté decorada.
Segundo: disfrute de la vida. ¿Acaso la existencia de Dios impide disfrutar de la vida? Discrepo. Que Dios exista puede hacer que la vida sea infinitamente mejor para quien quiera que lo sea. Por supuesto que para muchos es una carga que se pone sobre sus hombros. Mas el cristianismo es la fe del yugo llevadero. Bien es cierto que se dan rostros angustiados…, pero entre las consideraciones filosóficas nada cristianas apuesto (y lo hago sobre seguro) a que los rostros cariacontecidos, las espaldas cargadas y las cejas enarcadas en plan sufriente proliferan mucho más que entre los grupos cristianos. Ah, pero algunos que se dicen cristianos se ponen cilicio. Uy, qué dolor. Y otros que se dicen ateos se ponen piercings en las tetas. Así que, a ese respecto de gustos personales están empatados todos los que, desde una razón u otra, quieren poner cacharrería en sus cuerpos. Y ambas posturas me parecen igualmente respetables. Por razones personales, yo no me apunto a ninguna de las dos, pero lucharé (como decía Voltaire, o al menos eso he oído) para que cada quien pueda ponerse hierros donde le salga de las narices. No consigo ver, desde ninguna perspectiva, cómo la existencia de Dios puede hacer al hombre más infeliz. Estoy, por el contrario, convencido de lo contrario. Pero estoy abierto a discutirlo.
Y, ajá, “probablemente Dios no existe”. Leí que Dawkins quiso quitar el probablemente, porque él está convencido de su fe atea (y es una fe, ojo-ojete). Pero el "probablemente" le ha venido bien, por los múltiples sentidos de esa palabra. Claro que es una posibilidad (un sentido de probable) y claro que no se puede probar ni su existencia ni su no existencia con los medios de la ciencia empírica (segundo sentido de probable). Vale, ¿y?
De nuevo me ha p
Ayer estuve viendo una peli que no había visto y que me encantó: Dogma, de Kevin Smith, una comedia muy irónica sobre el mundo religioso, pero, al mismo tiempo, con mucho conocimiento de causa. Todo gira en torno a la idea de la “indulgencia plenaria” y la “obligación” que tal cosa supone para Dios. Con ello, vemos que no está al alcance de todo el mundo. Aunque, como buena película americana que es, lo explican todo con detalle y parsimonia, me imagino que mucha gente, sobre todo los culturetas que renuncian por principio a todo lo que suena a religioso, no se enterarán de la misa la media (nunca mejor dicho), porque, para ello, hay que ser capaz de hacer ciertas lecturas extratextuales, es decir, de llenar los huecos narrativos. Ahora bien, uno podría pensar que una película en la que los ángeles dicen palabrotas (supongo que en la versión original serán mucho más suaves que en la castellana, aunque la virulencia del español le añade, seguramente, un punto cómico, a mi entender), en
En un artículo aparecido en El Semanal, Juan Manuel de prada, con su característica pluma, hace un elogio chestertoniano de la creencia y se ríe de los crédulos incrementes que tragan moscones de un tamaño descomunal, preocupados por evitar la impureza del mosquito que les ronda. Esa idea la recuperaba esta tarde, cuando escuchaba uno de esos podcasts en los que uno va almacenando lo que no puede oír en las horas en las que las emisoras tienen a bien emitir programas interesantes. El tema sobre el que discutían era, una vez más, el coltán, ese mineral prodigioso, superconductor, y que debe estar provocando las guerras más monstruosas del continente africano. La wikipedia nos dice que “El coltan o coltán es la abreviatura de columbita-tantalita, una serie de minerales formados por la mezcla de columbita [(Fe, Mn)Nb2O6] y tantalita [(Fe, Mn)Ta2O6]”. Y si uno pone la palabra en el google, después de la definición, nos sale una retahíla de vínculos que nos dirigen a guerras y matanzas en África. Resulta que toda la cacharrería que llevamos encima (móviles, portátiles, pdas, etc.) necesitan coltán parea funcionar, como un molino requiere de agua o viento. Y quien controle el coltán, controlará las telecomunicaciones, y –cae de cajón–, la economía…, el mundo. Y vaya cómo suena eso. Sobre todo, porque seguro que es verdad que mi móvil lleva coltán por un tubo, me lo creo, sire, pero eso es todo, me lo creo. No puedo, ni quiero, comprobar que de verdad mi móvil es coltanoso. Simplemente me fío de lo que me cuentan. Y usted dirá: ya, pero la coltanosis de tu móvil la avala el consenso de la comunidad científica. Ya. Touché. Y eso es lo que hacemos todos los días: fiarnos del consenso de una comunidad en la que no hay consenso (porque consenso es sentir común, de todos). “Las ciencias exactas no son ciencias exactas" –le hacen decir a Nicola Tesla en una película reciente–. Pero, ¿hay algo que exija más pleitesía que “la ciencia”, entendida así como una entidad infalible? Simplemente creemos, le damos el crédito, como nos lo daba antes el banco, y aceptamos que “la ciencia” (supongo que será alguien) puede probar lo que promete. Y muchas cosas puede, sin duda. ¿Todo? Lo dudo. Mas lo que quería traer aquí es lo del coltán. Me creo que mi teléfono lo lleva desperdigado por ahí. Nunca lo he visto, nunca lo veré, y lo que es más gracioso, ni se me ocurre ponerlo en duda.
Estos días de atrás, en mis ratos libres, leía un estudio interesantísimo sobre angelología. Y alguien dirá, como les decían a los apóstoles tras pentecostés: éste está lleno de mosto. Nada de eso. No es que esté precisamente de moda hablar de los ángeles, salvo cuando éstos son maltratados por personajes rancios y extraños que salen en la tele diciendo chorradas. Mas eso, que no sea moda, no significa que un tema no tenga importancia. Al contrario, los medievales hablaban de lo que les interesaba y de lo que consideraban fundamental para su especulación. ¿Cómo conocen los ángeles, que son inmateriales? ¿O acaso tienen cuerpo, del tipo que sea? ¿Conocen lo universal o también lo particular? ¿Razonan o intuyen? ¿Cómo velan por los hombres? ¿Existe continuidad en la creación, de Dios al hombre, pasando por ellos? Y uno dirá: futesas. No pierdas el tiempo en esas fruslerías. Ya…, pero es que soy filósofo, y me encantan las naderías. ¿Cómo sé que conozco la realidad exterior? ¿Acaso somos más que un cerebro metido en un frasco, al que un científico malvado le ha inoculado una solución salina para que crea que existe un mundo exterior? Cuando conozco: ¿conozco universales o particulares? ¿Qué rábanos es eso de la intersubjetividad? ¿Se puede ser justo cuando las reglas de acción son exteriores a uno mismo? Y finalmente, por no seguir hasta el día del juicio a media tarde, ¿puede pensar una máquina? (He leído en la prensa que unos científicos van a intentar que una serie de ordenadores pasen el célebre test de Turing). Seguro que estas últimas preguntas ya no parecen tan descabelladas y tan alejadas de
Ayer se inauguró el Curso en la facultad de teología de San Esteban de Salamanca con una solemne y magistral conferencia magistral (nótese el doble significado que tiene el mismo término) a cargo de Jean Louis Bruguès, secretario de la Congregación para la Educación Católica, dominico y también arzobispo. Y digo que la charla fue magistral por su contenido, su forma y su tono: las cosas hay que decirlas bien, y así lo hizo "nuestro hermano Jean Louis", como le llamaba
Ayer, la tercera del ABC traía un interesante artículo de Eugenio Trías sobre el libro de Job. No cabe duda de que tal libro es uno de los más bellos, sugerentes e interesantes del Antiguo Testamento, que Trías comenta bien, sin grandes novedades, y olvidando mencionar que, hasta que llegaron los amigosa ponerle la cabeza como un bote, Job estaba divinamente, más quemado físicamente que la moto de un hippie, pero soportando la cosa como el santo Job que era.
Que en este libro hay una cantidad considerable de manos, nos lo explicaba hace años nuestro profesor de sapienciales, allá en Salamanca. Por una parte está el Job fiel que soporta lo que le echen, del principio y el final, y por otra el que se sube por as paredes y apunta con su dedo acusador a la divinidad. Pero lo sugerente del libro, como bien señala Trías en su artículo, no es tanto la paciencia de Job (a la fuerza ahorcan, diría alguno), sino que Dios se manifiesta ante él y, en cierto modo, le rinde cuentas, haciendo esa lista de maravillas creadas en las que parece apabullar a Job, para que éste no tenga más remedio que agachar la cabeza… Mas ni una sola razón de por qué el sufrimiento, sólo una apertura de posibilidades de comprensión y de mirada. Como dice Wittgenstein a propósito de otro tema (mas aquí viene de perlas): ¡No pienses, mira! Así Dios le muestra todo su muestrario. Y a Job no le queda otra que callar. Woody Allen, en su espléndida película Manhattan, le pone una coda magistral: Enamorado como un colegial, paseando con su novia por la ciudad en una calesa, le dice a ella que ella misma es la respuesta de Job a sus preguntas y objeciones: si en vez de tanto cocodrilo, Leviatán o hipopótamos, hubiese empezado directamente por la belleza de la amada, Job hubiese dicho de entrada: vale, tú ganas.
Ayer algunos privilegiados tuvimos la suerte de asistir a la toma de posesión de
Los salmantinos, según pudimos apreciar en la más que sugerente conferencia de Ángel, discutían de lo que había que discutir. Y la existencia de Dios era evidente, por lo tanto se prestaba la atención justa a