14
Nov2009Su lugar en el mundo
2 comentarios
Nov
Este fin de semana han estado y están por c
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor
Filtrando por: 2009 quitar filtro
Este fin de semana han estado y están por c
Todo en esta vida tiene casi tantas lecturas como lectores. Esta tarde me pasé por el edificio Wanamaker, que actualmente ocupan unos grandes almacenes, famosos en todo el país, que, por suerte, han conservado el gigantesco órgano que en su día colocó allí el fundador del edificio, para, digamos, socializar la cultura. Así, mientras uno hace su compra, en determinados momentos del día puede escuchar a un organista tocando en ese imponente instrumento a Bach, Haendel, Lefebure-Wely y qué sé yo qué más, dependiendo, claro, de quién lo taña. A mí me fascina la idea, mas acepto que algunos considerarán que es una banalización terrible de la música. Dos lecturas perfectamente posibles. Pues bien, de esto era consciente el otro día cuando, caída la noche, paseaba por la quinta avenida de Nueva York. Dato: todas las iglesias de esa exclusiva calle (que son muchas) acogían en sus pórticos a los sin techo que pasaban la noche allá, mientras que los vestíbulos de las grandes y exclusivas firmas que tienen allí presencia estaban fuertemente protegidos por guardias que impedían el más mínimo intento siquiera de pensar cobijarse allá. Uno puede decir: en la quinta avenida, los sin techo sólo pueden pasar la noche en los pórticos de las iglesias, que es de donde no los van a echar. Otro dirá: deberían abrir las iglesias para que durmiesen en su interior. Y un tercero: las iglesias no deberían estar en esas calles, y un cuarto, y un quinto… Yo me quedé en la primera (con toda la ingenuidad que eso pueda suponer), he de confesarlo, al igual que me quedé en la primera tesis de ese argumento cuasi-cornuto que se me pasaba por la cabeza al escuchar al organista mientras la gente se probaba sus botas nuevas.
Ayer estuve disfrutando con mi amol Sudabee de la Nacional Gallery del D.C. Creo que ambos nos lo pasamos bomba, y noté una cosa que me hizo pensar: me fijaba en una serie de cuadros, que llamaban poderosamente mi atención (la mayoría góticos o renacentistas) y cuando los miraba recordaba que la vez anterior también me habían llamado la atención los mismos cuadros precisamente por los mismos detalles. Quizá es que la memoria almacena ciertas cosas que van configurando y conformando nuestra apreciación. Por ejemplo, hay una crucifixión de Matthias Grünewald que me encanta. Es expresionista a pesar de ser del siglo XVI (o precisamente por serlo). Parece burda en su ejecución, pero es poderosísima (ojo a las manos de San Juan). Hay otra crucifixión, de no recuerdo que autor, en el que los ángeles que recogen la sangre que cae de Cristo en sendos cálices no pueden ni mirar a la escena que presencian, mientras que un ángel y un demonio llevan, respectivamente, las almas de los dos ladrones, en forma de niños, a su destino final. Todo eso me conmueve mucho. Y luego, Susi y yo pasamos a la zona de arte contemporáneo, con una sensación de dejá vu y algunas risas divertidas en algunas salas. ¡Qué viejo se ha quedado lo nuevo y qué nuevo sigue siendo lo viejo! Esa lección, junto a la de que los autobuses chinos, en general, viajan por encima de los límites de velocidad permitidos en los diversos estados, son algunas de las que saqué en el fantástico día de ayer.
En la revista Newsweek de esta semana aparece un artículo muy interesante sobre la posibilidad de la vida tras la muerte. Se habla ahí del ataque de los nuevos ateos y de las defensas de los nuevos apologistas. La querella va para largo, sin duda, porque la arena en la que se desarrolla es muy árida. Pero lo que más me ha llamado la atención de este artículo es el final: el autor, que perdió a su hijo, firma que daría cualquier perspectiva de eternidad que tuviese por volver a abrazlo una sola vez. Y cita a C. S Lewis: en los momentos de duelo, tampoco la religión es un consuelo. Sólo la fe nos alumbra, pero entre tinieblas, de eso no cabe duda, y quien quiera poner las cosa fáciles y dulzonas es que no ha entendido mucho de qué va la cosa de la vida y la cosa del cristianismo (recordemos lo canutas que las pasó Jesús en Getsemaní). Da que pensar e ilumina. Mas después de leer este artículo, y como por casualidad (qué palabra más desgastada para mí), ponían en la tele la película Oh, Dios, sobre un vendedor de supermercado al que Dios elige para ser su mensajero y que es todo un divertido tratado de teología. La historia es la que es de esperar: nadie le cree, las religiones establecidas le someten a prueba y es imposible que la pase (aunque Dios mismo responde las preguntas del examen), porque el mensaje de Dios, simple, ha quedado tan oculto por los ropajes que, en su momento le sirvieron de apoyo, que nadie puede reconocerlo. Además, es muy divertida. Una de cal, y una de arena para hacer una buena mezcla.
Hoy me han preguntado si San Martín de Porres era dominico. Alguien dudaba, por lo visto. Y a los hechos me he remitido: no creo que haya una sola iglesia dominicana en la que no tenga su capilla o su estatua, casi siempre la más venerada. ¿Por qué será? Seguramente porque tenía virtudes que le hicieron y le hacen querido para todos, que son las que consideramos más humanas, sobre todo hoy. Siempre me ha hecho gracia que lo que consideramos más “alto” en la humanidad (hacer cálculos, escribir complicados tratados, predecir la posición de las estrellas, buscar el bosón de Higgs y cosas por el estilo) lo hacen hoy perfectamente las máquinas, a las que, por otra parte, les cuesta una barbaridad atarse los zapatos y les es imposible detenerse en medio de la calle dudando si han cerrado el gas. Estas cosas, por lo visto, aún nos están reservadas, y las que nos cuentan las crónicas de Martín de Porres seguramente también, porque hay que estar muy despierto y tener un carácter muy forjado para llegar a vivir una vida de ese calibre. Me pregunto cuál será la mejor manera de revivir el espíritu de Martín de Porres en este mundo.
Hoy, día de los santos, venía en el NY Times un interesante artículo de opinión sobre qué hacemos y cómo nos comportamos con los cuerpos de los difuntos en nuestros días. Todos sabemos qué rituales más rancios les hacemos normalmente a los que ausentes, tan ausentes, que ya ni siquiera se les puede acompañar en muchas ocasiones hasta su última (o penúltima) morada y en la mayoría de las ocasiones el cuerpo ni siquiera es el protagonista de su propio funeral. El artículo cita al estadista británico William Gladstone, quien, al parecer, decía: “Mostradme el modo en que una nación se preocupa de sus muertos y yo mediré con exactitud matemática la tierna misericordia de sus gentes”. Hoy, en la misa en St. Vincent Ferrer, en la hoja que reparten a la entrada, se nos recordaba la parte final del credo, esa que está íntimamente relacionada con lo que celebramos hoy: la resurrección de la carne (porque somos encarnados y esa carne es a la que hay que despedir con dignidad) y la comunión de los santos. El organista, durante la comunión, tocó un coral de Bach, uno de mis favoritos y que me encanta tocar (aunque hace demasiado que no lo hago): Alle Menschen müssen sterben (todos los hombres deben morir), y que yo solía interpretar a un ritmo más bien allegro, y este buen hombre lo hizo andante, tranquilo, meditativo, y me supo a mucho más que cuando yo lo toco (desde ahora lo tocaré así). Y así, todo el día ha sido un día de novísimos. ¿No vivimos en la época de las novedades? He ahí la mayor de todas.
El otro día me sucedió una cosa curiosa, que nunca me había sucedido antes. Y me inclino a pensar que a poca gente le habrá pasado en los mismos términos que a mí. Iba caminado por un paseo y un chico, según pasaba a mi lado, me dijo “Me gustan sus zapatos, señor”. Híjole, ¿qué cosa es ésta?, debí de pensar yo. Y me volví, supongo que para darle las gracias aunque fuese con una leve sonrisa de reconocimiento, lo cual provocó que me invitase a acercarme y me contó toda una historia sobre que él abrillantaba zapatos y no sé recuerdo qué más. Porque esa frase sólo la oye uno en un ambiente de amistad, de intimidad o cuando a uno se los van a robar (al menos eso sale en las pelis). No se me ocurren más posibilidades. Pero fíjate, aquí tienes una cuarta, inesperada, pero posible. Porque, ¿quién espera que el que le viene de frente vaya mirando a los zapatos de la gente? Uno piensa que todo el mundo mira al mismo sitio que él mismo, y, por lo que se ve, no es así. Pero bueno, por frases que no quede. Por si la sorpresa no fuese suficiente, hoy, con dos frailes dominicos espléndidos, entré en una heladería. Resulta que la heladería les era desconocida a estos frailes, así que le preguntaron al dependiente desde cuándo estaba allá y éste les respondió que si tal y que si cual. Y cuando nos íbamos, y aquí quería llegar, el dependiente dijo: “spread the Word” (fíjate, el procesador de textos me ha puesto Word en mayúscula, no sé si porque es su nombre propio o por aquello a lo que me voy a referir), que significa literalmente: esparcid la palabra y en sentido metafórico, hacedme publicidad. Pero a mí me sonó a pura teología. Venimos, saliendo de una iglesia dominicana, a pedir un helado, y el dependiente nos dice “spread the Word”. Esto está lleno de señales.
No deja de causar una cierta sorpresa que las noticias de religión, de mayor o menor relevancia, ocupen lugar de portada en el NY Times, que creo que no es el periódico más leído de EE.UU, pero sí de los más prestigiosos (cosa que uno puede comprender si lee las columnas de opinión). Y me refiero a las distintas relevancias, porque el otro día traía la historia de un fraile con un hijo y cuya compañera, por ciertas tragedias de la vida, le reclamaba unos dineros, un culebrón enorme que me sorprendió ver en la portada de ese periódico (interés humano, me decían algunos). Y no es el alcance de la noticia lo que determina dónde aparecerá, sino que es justo al revés: es su ubicación en el periódico lo que convierte a una noticia en importante o no. Que hoy hayan muerto en balaceras 200.000 personas en cualquier país africano, en el mejor de los casos ocupará una decena de líneas en la sección de breves.
A lo que quería llegar tras este largo exordio es a que hoy es noticia de portada la apertura de puertas del Vaticano a los anglicanos. En otro periódico local he visto la foto de Augustine di Noia, OP, recientemente elevado al cargo de secretario de la congregación de la doctrina de la fe, sentado junto al prefecto, cosa que hemos comentado en el desayuno . El juego, ahora, está en si esa decisión, como aventuran los comentaristas de la prensa, atraerá al ala más anti todo del anglicanismo (anti ordenación de la mujer, anti ordenación de homosexuales, anti etc.) o será una brecha en un modo de comprender la realidad que parece que imputamos al Vaticano de modo uniforme. ¿Y si, al ofrecer la estructura para que los curas casados entren en el catolicismo, al permitir tácitamente ese matrimonio, acaba por convertirse en norma la opción voluntaria por el matrimonio? ¿Y si… ordenación de las mujeres, una iglesia menos clericalizada, etc.? El futuro no está escrito y las consecuencias no son previsibles en los acontecimientos de la historia. Veremos qué sale de todo esto
Ya desde la semana pasada (quizá desde antes, no lo sé) lo llevaban anunciando. Desde hoy, y debido al célebre virus que nos asuela, en todas las iglesias de Pennsylvania, no se dará la comunión bajo las dos especies (los concelebrantes las reciben por intinción) y el gesto de la paz se hará sin ningún contacto físico. Respecto a lo primero, no me extraña mucho, ya que en España lo extraordinario es comulgar bajo las dos especies. Pero aquí, con tino pastoral, se ha recordado, por si alguien se despistaba, que a Cristo se le recibe “todo y entero” bajo cualquiera de las dos especies. Y con toda naturalidad, claro (fíjate que hubo controversias históricas de primera magnitud en la historia respecto a este tema. A la mente me vienen los husitas). Pero lo segundo es casi divertido, raro: mirarse e inclinar la cabeza, como si de repente hubiésemos adoptado las costumbres orientales. Lo cierto es que cuando el preste dijo aquello de daos la paz, la gente se abalanzó sobre el vecino, pero se refrenó, también súbitamente, y hubo una especie de risa de sorpresa en la iglesia. Luego todos nos miramos y nos saludamos con una sonrisa extrañada. Quizá quede así la cosa definitivamente, porque al menos uno busca con la mirada al mayor número de gente posible, cuando a veces, en las celebraciones cotidianas, rehuimos el contacto visual supliéndolo por un par de rapidísimos apretones de manos. No sé, a lo mejor hasta se nos ocurre algo mejor, con motivo de este H1N1.
Cuando uno camina por las calles de esta ciudad, una vez que ha caído la noche, montones de almas y de cuerpos desvencijados salen a la calle y la toman, como en las películas de zombis, sólo que éstos no van persiguiendo a los vivos (los otros), sino que se limitan a estar ahí. Son los sin techo o en expresión ya consagrada en casi cualquier lengua, los homeless. Coincide, quién sabe si como consecuencia del calentamiento global o por todo lo contrario, que hace un frío de bigotes en esta ciudad durante todo el día, así que no me quiero ni imaginar de noche, en la calle, al raso, al sereno. No sé dónde están por el día, dónde se meterán, porque seguro que no son invisibles, pero a pesar de eso, no se les ve (mucho). Pero por la noche, las calles principales, las arterias de la ciudad están tomadas por ellos. Arrastran todas sus cosas de un lado a otro y se quedan en los sitios que les guarecen, aunque sea mínimamente. Y comen algo de los MacDonalds, Dunkin Donuts o sacado de sitios por el estilo (porque aunque en España a los MacDonalds se va a comer el sábado, a hacer merienda-cena y esas cosas, sabiendo que el resto de la semana la comida será más o menos saludable, aquí en esos locales y semejantes come la gente que, a la vista salta, tiene menos recursos). No sé cuántos habrá, pero, ciertamente, son legión y forman parte del paisaje nocturno. ¿Por qué están ahí y no a cubierto? Ah, eso ya no lo sé. Me imagino que las causas son múltiples y no soy quien ni para analizarlas ni para juzgarlas, pero el hecho es que haberlo haylos, y son muchos.
N.B: Hablando de MacDonalds, el otro día pasaba cerca de una hamburguesería que se anunciaba no sólo como la mejor de la ciudad, sino del condado o hasta del estado. Vistos los precios, no era mucho más cara que el MacDonalds, así que, ya que tenía que cenar en algún sitio, entré. La pared estaba empapelada de crónicas (más bien frases entresacadas de ellas) de periódicos que ponderaban el sitio. En resumen y según mi criterio, bastante peor que el MacDonalds (ojo, que no tengo acciones en esta empresa). No dudo de que quizá la carne fuese de primera, pero en todo lo demás, fallaba por las cuatro esquinas. Y pensaba para mí: ¿quiénes habrán sido los jueces de estas hamburguesas? ¿Los mismos que propusieron a Obama para el nobel de la paz cuando llevaba 10 días elegido? A veces hacemos el mundo un tanto injusto (y estoy volviendo al comienzo), ¿no?