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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
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25
Ene
2019
Ventana o pasillo
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Acabo de leer un bonito y flojo texto sobre la personalidad de los que eligen ventana o pasillo en los aviones. Supongo que habrá sesudos estudios que lo avalen, pero no tiene en cuenta un factor absolutamente clave: el baño. Hay gente que prefiere pasillo porque va mucho al baño y hay gente que se pasan 12 horas sin necesitarlo. La ventanilla, por la noche, es completamente inútil y a quien hace el mismo vuelo todos los días es probable que el paisaje le resulte ya anodino. ¿Por qué es importante esto? Porque las caracterizaciones generales siempre dejan fuera las motivaciones personales. Los de izquierdas, esto; los de derechas aquello. Los creyentes, así; los ateos, asá. Y cuando preguntas, la cosa suele ser más complicada, porque las personas somos más complicadas. Pero la norma que parece impuesta en nuestras sociedades complejas es facilitar la clasificación: si yo soy de una orientación política, me tengo que tragar todo el paquete que socialmente viene impuesto: pro- o anti- aborto, eutanasia, inmigración, becas, subsidios, ejércitos, repúblicas y bananas. Y salvo que uno sea un espécimen diseñado por ordenador, nunca se come el paquete entero. Aunque esto, en realidad no le interesa a nadie, solo me tengo a mí como ejemplo. Cuando tengo que ir en avión, si es de día y el vuelo es corto, me encanta la ventanilla, porque me gusta ver las ciudades y los paisajes desde lo alto.; si es de noche, me da igual. En ningún caso pretendo tomar fotos que luego vaya a compartir en mis redes sociales. Hace mucho que no lo hago. Si el vuelo es largo, prefiero pasillo, dónde va a parar. No solo te permite estirar algo más los pies, sino que te da la libertad de levantarte cuando quieras, no para socializar, ni por ser extrovertido ni porque me guste contemplar al personal. Pero según este estudio psicológico que alguien ha hecho con tanta profundidad, habrá de ser por eso. En fin, que las grandes propuestas no le preguntan a nadie de carne y hueso. Simplemente le dicen cómo es o, peor aún, cómo ha de ser. También en política y demás.

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23
Ene
2019
Artistas de la bobada
2 comentarios

Hace unos días retiraron de una exposición de “arte” una pieza que representaba crucificado al payaso que es símbolo de una cadena americana de hamburgueserías. Pongo “arte” entre comillas porque, obviamente, la obra está en un museo de arte. Y ahí, aparentemente, se acaba la discusión. Si está en el museo es arte, como si está en el concesionario es un coche... El arte puede ser transgresor (no tiene por qué serlo, por mucho que se empeñen los que así piensan), puede ser apuntalador del statu quo (y de eso estamos llenos), puede ser lo que quiera o lo que le hagan ser… Y puede ser malo. Nuestro concepto de arte es todavía evaluativo: pensamos que arte es sinónimo de buen arte, pero no tiene tampoco por qué serlo. Deberíamos usarlo en un sentido clasificatorio: llamamos arte a algunas cosas que pueden ser buenas o malas, como hay buena ciencia y mala ciencia, buena cocina y mala cocina o buenos tenedores y malos tenedores. Al ver esa escultura fácil, previsible, que busca criticar no sé qué y que da pie a inflamados discursos teóricos, me quedo como estaba. Tampoco me interesan demasiado las hermenéuticas a las que una obra kitsch y simplona puede dar lugar, que, en el fondo, se agota en una sola lectura bien ramplona. Y transgredir… En fin. Caravaggio sí que transgredió, y ahí sigue. Esta patata durará lo que la Tomasa en los títeres, como dicen los sabios populares. Y si no al tiempo.

Y ya que estamos, aprovecho para felicitar a mi primo, que se llevó el rosco de Pasapalabra. Eso si fue una obra de arte en su conjunto. Pero sobre eso, otro día.

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