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Ago2023Duc in altum con sopa
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Ago
Hace algunas mañanas, a ratos, entre el aroma del incienso y el sonido de cantos, mi vista vagabundeaba por una serie de cuadros que adornaban un magnífico coro. Uno era del ángel de la guarda. Este acompañaba a un infante al que guiaba con una mano con paso seguro, mientras que con la otra apuntaba hacia lo alto. No puede evitar pensar en esa crítica ya antigua de que el mundo de la religión hace olvidar lo verdaderamente importante, lo de tejas abajo… Lo del opio del pueblo, vamos. Ahora bien, esa crítica se puede aplicar a todo: la política, el fútbol, la cultura, la diversión, los viajes, las compras, los analgésicos, la sopa de cocido y las colonias… Cualquier realidad puede ser despojada de su carácter más genuino (que lo tiene) y ser reducida a esa función de manipulación. Pues no tiene poco poder desactivador de cualquier intentona revolucionaria una buena sopa, que calma el frío y el hambre. No, aunque sueñe extraño en nuestra época, de liquideces e indefiniciones, hay realidades que están muy por encima de esa reducción pragmática. El brazo del ángel de la guarda, que no es más que la representación pictórica de aquella “orden” de Lc 5,4 –“Duc in altum”–, es un recuerdo de que si usas lo religioso para deshumanizar, mal uso le has dado. Como si usas la sopa de cocido para regar los calabacines.