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Blog Bitácora Véritas

Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

22
Sep
2015
Mar afuera
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A la luz de todo lo que acontece estos días, de modo especial la cuestión de las mareas humanas que luchan por entrar en Europa, le he venido dando vueltas a una cosa que más o menos decía San Pablo, ya hace unos añitos tiempo, como es bien sabido. Se trata de aquello de que conozco el bien que debo, pero hago el mal que no quiero. Permítaseme la paráfrasis. Cuando uno ve estas cantidades de gentes que suplican una entrada en esta parte del mundo, le asaltan todo tipo de cuestionamientos políticos, económicos, urbanísticos, sociológicos, geográficos, qué se yo, y cada uno de los cuales arrastra consigo una miríada de argumentos que obligan a pensar con detenimiento las cosas, las decisiones, el modo de afrontar el asunto. Y sin embargo, con todos esos caveat, con la fuerza de todas las argumentaciones que puedan esgrimir los tertulianos y demás argumentistas profesionales, yo, en esos momentos de lucidez, puedo ver por encima de la maraña y darme cuenta de que San Pablo tenía claridad de mente cuando escribió eso de que conocía lo bueno que debía hacer. Por encima, más allá, quizá como trasfondo de toda discusión lícita, está esa suerte de convicción de que lo que está bien, lo que hay que hacer, está bien claro. Ahora discutamos los detalles.

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13
Jul
2015
La voluntad de decidir
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De vez en cuando aparecen argumentos interesantes en los periódicos, argumentos que van más allá del reportaje en cuestión. Hace unos días, El Mundo publicaba un artículo sobre los llamados “vientres de alquiler”, con gente que se manifestaba a favor y en contra del asunto. Entre los argumentos con los que lidiaba el redactor aparecía el de una mujer que decía que “con esta técnica no hay una mujer que renuncie a la patria potestad, sino que ese embrión no es su hijo; un ejemplo casi idéntico lo encuentras en las familias de acogida, pero en una fase de la vida del niño anterior al nacimiento. Cuando es un embrión es mi hijo y cuando nace es mi hijo”. Me quedé con la “fase anterior al nacimiento” de la vida del niño. Este argumento funciona igualmente, sin cambiar una coma, para el debate sobre el aborto, claramente en contra. Pero el debate al respecto, como no se puede ganar en el terreno de la biología, se traslada a otro espacio: el de la decisión. El derecho a decidir es el mantra de nuestra época y preside los debates sobre la maternidad, el aborto, la eutanasia y cualquiera de esas cosas, secesiones políticas incluidas.
El derecho a decidir, o la voluntad como fundadora de lo real, no es primariamente una discusión moral, ni siquiera política, que también, sino teológica, y se remonta en nuestra tradición, como poco –me repito- a la polémica entre realistas y nominalistas en la Edad Media. Para los realistas (Aquino, e.g.), el mundo tiene una consistencia sólida y las decisiones se pueden tomar sobre un trasfondo de cosas que no son decidibles ellas mismas, sino que son las que posibilitan la decisión. Para los nominalistas, la omnipotencia de Dios obliga a despojar al mundo de esa solidez de cosas, que parecen actuar como un freno a la voluntad creadora de Dios. Pasamos eso al espacio humano, cosa que ocurre durante la Modernidad, cuando los debates teológicos se trasladan de tejas abajo y acabamos concluyendo que la decisión humana es origen de todo. Sobre la voluntad de Dios y sus límites se debatió largo y tendido en esa época bárbara, inculta y demás zarandajas con las que se la suele tirar por la borda, el medievo, para más señas, y no se llegó a grandes acuerdos. La capacidad de la voluntad humana para crear lo real es uno de los dogmas de nuestra época. Parece que hemos llegado a un acuerdo incluso antes de discutir. En fin, feliz verano.

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28
Jun
2015
Para los que no están "refalfiaos"
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Y de nuevo nos sorprende la prensa con una noticia que deja a lo religioso en general y a lo católico en particular en buen lugar, pues no es lo más habitual, de ahí que le pille a uno despistado. Hace unos días, un articulista que escribe todos los días, lo cual no sé si es la mejor terapia para pararse a pensar un poco, decía que las religiones son mentira. Hala. Sin manos. Eso, sin detenerse tampoco en sesudos análisis, implica que él sabe qué es la verdad. Otro filósofo, famoso por su ateísmo (D. Dennett), decía que Dios no existe, en una entrevista aparecida hace un par de días en no sé dónde. Supongo que lo afirmaba con temor y temblor, digo yo, dándose cuenta de que, en la muy desarrollada y meticulosa epistemología que maneja, eso no es una proposición que tenga un valor de de verdad distinto del que tiene mi afirmación de que sí existe. Pero no hay manera. “Dios no existe” es ciencia y “Dios existe” es superchería. Y con estos prenotandos estaba yo cuando me encontré la noticia de este médico católico en Sudán atendiendo, él solito, a medio millón de personas, porque allí no queda nadie más. El articulista dice: “también hay muchísimos cooperantes laicos que hacen un trabajo heroico. Pero la gente que he encontrado a lo largo de los años en los lugares más imposibles -como Nuba, de donde ha huido toda persona razonable- son poco razonables, de un modo desproporcionado, debido a su fe”. Cuando la fe religiosa se convierte en un elemento tan configurador de la existencia propia y ajena, tan humanizador de la vida y tan esencial para aquellos que no están “refalfiaos” (permítaseme el asturianismo), ¿no tendremos que conceder a aquello que predica al menos el beneficio de la duda? Un pragmatista de pro, por muy no creyente que fuese, diría: vaya que sí. Vaya que sí.

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27
Jun
2015
La gracia de Obama
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He estado viendo el servicio religioso que el presidente Obama ha presidido en Charleston, tras la matanza que aconteció allí hace unos días. Que eso pueda suceder es prueba de la verdadera separación de Iglesia y Estado, y solo se puede decir: Amén. Aquí entendemos esa separación como la imposibilidad absoluta hasta de la más mínima relación, por eso cada vez que parece que lo religioso “interfiere” (sic) en lo político se monta la de Troya. Por otra parte, me alegro enormemente de que los gestores de las cosas de la política no tengan en estos lares otro púlpito para servir a sus intereses. Salvo excepciones, seguramente sería para echarse a temblar.
Pero volvamos a Obama. En su sermón, homilía, plática, prédica… (un género retórico religioso, en cualquier caso, porque es lo que procede cuando uno va a dirigir la palabra en una iglesia), el presidente habla sobre la vida humana, sobre las promesas de la Biblia, sobre los sufrimientos humanos, de las obras de misericordia (aunque no use esa terminología solo conocida por los más viejos del lugar), sobre la importancia de la iglesia comunitaria en la vida de la gente, sobre cómo “Dios actúa de modos misteriosos”, etc. Y, de modo especial y recurrente, sobre la gracia de Dios, en una serie de frases que constituyen una exposición teológica impecable, que podría haber firmado San Agustín. Por si fuera poco, termina cantando “Amazing grace”. En fin, un ejercicio de autoridad por parte del presidente del país para no dejar la más mínima duda respecto a su posición en una cuestión que, por lo visto, aún divide al país.
Y vuelvo la mirada a nuestras sociedades europeas, en las que esto hubiera sido, simplemente, imposible: articular un discurso religioso que, como los de Martin Luther King, por ejemplo, tenga algo que decir en la vida pública. Dudo mucho que haya alguien que no haya entendido, desde la razón más secular que se quiera, lo que el presidente ha querido comunicar. Dudo mucho que un discurso sin razones ni argumentos religiosos hubiese tenido más racionalidad que este, en este momento y en este lugar. Pero para poder hacerlo así hay que tener detrás un armazón político y humano de un calibre enorme. Chapeau.
 

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19
May
2015
La fe de San Pablo
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Un escritor que publica sus crónicas semanales desde Nueva York, en las que nos revela muchas y jugosas verdades a los de provincias que no somos tan afortunados de vivir en la capital del mundo (¿qué tendrá el aposentarse en las capitales para que la sabiduría de uno ascienda un piso ipso facto?), escribe en el cultural sabatino, no recuerdo de qué fecha, sobre los que no quieren ver, al hilo del cambio climático y todo ese asunto tan peliagudo. Y así, como de pasada, cita a San Pablo y aquella idea de que vemos con los ojos de la fe, a modo de una ilustración, avant la lettre, de los que ven que se derriten los icebergs, se les secan las cosechas, se desbordan los ríos, etc., y siguen sin ver lo que “realmente hay”. Paupérrima concepción de la fe, claro, que nos viene de ciertos polvos históricos según los cuales la fe/creencia no es más que una actitud epistémica equivalente a la de quien se pone unas anteojeras burrescas o caballunas y sigue, sigue, sigue aunque haya un precipicio…, que será lo que “realmente hay”.
En ciertos campos se permiten las simplificaciones, las afirmaciones gratuitas, las boutades (como dicen las personas elegantes y reconoce la RAE, pero a mí no me sale, aunque lo haya escrito) y en otros ni se toleran. Me sorprende ese maltrato y esa simplificación de una idea que no nació de las reflexiones de los materialistas modernos ni de los positivistas contemporáneos. La fe de San Pablo tiene poco que ver con creer lo que no vio, a pesar de aquellos catecismos de antaño. Si fuese así, la fe de San Pablo no sería diferente de la del historiador que reconstruye una época a partir de indicios o de la mía, que en este momento creo que Saturno anda orbitando por ahí. ¿No será otra cosa? ¿Realmente la fe es lo que nos impide ver lo que está “realmente” ahí? En Cur Deus Homo, San Anselmo, que no pecaba precisamente de anteojeras, ni era un tipo irracional, ni un teólogo dialéctico que desconfiase de las neuronas…, acudía a aquello tan simbólico (y probablemente por eso tan lejano a nuestro parecer actual) y tan repetido antes y después de él, de que la luz no es lo que se ve, sino lo que hace que veamos. A lo mejor la fe tiene más que ver con la luz que con la oscuridad. Pensaba.
 

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12
May
2015
Lo trivial del "trívial"
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En el suplemento cultural de un periódico, un físico, al hilo de los distintos discursos sobre lo trivial, dice: “la teología monoteísta ignora un dilema trivial: la evidencia del mal solo es compatible con la no existencia de Dios o con la existencia de más de uno”. Pero eso no es un dilema trivial, sino que es un falso dilema. La existencia del mal es compatible con la existencia de un Dios que no se preocupe por los asuntos humanos (como postularon ya los clásicos), con un Dios que no es omnipotente, con un Dios que permite el mal por las razones que sea, con un Dios que no es bueno, con un Dios para el que la existencia “escatológica” del individuo es parte de la existencia del individuo, con el panteísmo, con el panenteísmo, qué se yo. Otra cosa es que esas respuestas nos satisfagan más o menos, pero eso es, como digo, otra cosa. Llevamos veinte siglos pensando sobre ese dilema y nos hemos dado cuenta de que no es un dilema real y, en todo caso, no es trivial, ni mucho menos. En fin, no me voy a meter en ese berenjenal, que ya decía un filósofo de renombre que hay dos temas en los que uno no debe meterse si no quiere salir escaldado: el mal y el tiempo.
Lo que me llama la atención de esta lectura es la idea de “trivial”, un término que seguro que a muchos les remite a ese juego de preguntas que no llevan a ninguna parte, más que a disfrutar del estar juntos (lo que no es poco, vaya que no). Lo que parece trivial, una vez que se mete uno a seguir el hilo de Ariadna, se revela todo lo contrario, denso, difícil, doloroso… En todo caso, nada baladí. Un terremoto ha sacudido de nuevo Nepal. La respuesta trivial es, precisamente, la explicación en términos de placas refrotándose entre sí. Cuando uno pregunta por qué, si es que lo hace ?y espero que lo sigamos haciendo mientras el hombre sea hombre, por inquietudes religiosas o metafísicas?, la respuesta trivial es la que responde haciendo una lista de las causas cuantificables. En la pregunta siempre queda la sombra de lo profundo, la inquietud y la esperanza de que la respuesta trivial no sea toda la respuesta.
 

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10
Abr
2015
Kenia
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Una matanza indiscriminada es un desastre; una matanza dirigida posiblemente es un desastre mayor, si se puede hablar en estos términos una vez que las cotas de depravación (y cuando calificamos algo de matanza este término indica ya esa perversión a la que alude el término). Lo de los cristianos de Kenia clama al cielo. No sé si las redes sociales se han incendiado. No lo sé, porque el hecho de que se incendien, según parece, no indica mucho sobre la trascendencia o la importancia de aquello por lo que se incendian. Pueden “incendiarse” a causa de grandes injusticias o a causa de que quiten un programa de la tele, como hemos visto estos días. Habrá que ponerle un complemento circunstancial de causa al “incendio”.
La cosa, según parece, es que unos tipos entran en una universidad y preguntan a la gente cuál es su credo y, en función de eso, le pegan un tiro o le dejan ir Según leo en la edición de un semanal británico, los que podían demostrar que pertenecían a una determinada fe o se convertían en ese instante (eso dice The Tablet), se salvaban, y los que no... mala suerte. Da pavor pensar en todos, en aquellos a los que obligan a convertir su fe religiosa en un salvoconducto, en los que se despojan de la misma en un instante y en los que permanecieron fieles y leales. Con un poco de imagineria menos dolorosa estaríamos ante un relato del Apocalipsis. Curiosamente, en nuestra manera de ver el asunto, ese es un asunto exclusivamente keniata, a diferencia de las cosas que suceden en el mundo Occidental y anexo, que se convierte ipso facto en un problema mundial.
Como siempre, no faltan los intelectuales que solucionan esta cosa calificando estas acciones como cosas propias de la Edad Media. La “Edad Media” ha devenido un fantástico flatus vocis ?mira tú que injusticia poética? en boca de todos aquellos que no quieren gastar mucho tiempo en pensar. Yo no sé si en la “Edad Media” hacían eso (y me temo que los del flatus tampoco), pero como de vez en cuando leo a algunos filósofos medievales, por ver si aprendo algo, no hago mucho caso de edades buenas y malas, luminosas y oscuras, las mías y las de los otros.
Probablemente sea verdad que muchos grupos armados que se guían por los más diversos intereses hacen de las religiones una bandera para justificar sus barbaridades. Pero seguramente también es verdad lo que prácticamente todos los medios han constatado estos días, con estadísticas y números que parecen gritar: la religión más perseguida es el cristianismo. En realidad, que así será, está escrito en tantos pasajes. Pero cuando yo lo leo hago como que no. En fin, esto da que pensar sobre qué se puede hacer más allá de la condena. Porque algo hay que hacer.


 

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1
Abr
2015
Vida activa y contemplativa
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Leía un libro de un filósofo de esos que ahora venden como churros, en el que reflexionaba sobre la vida activa y la contemplativa y, al querer reivindicar aquella, frente a los que afirman que la tradición cristiana defiende de modo unilateral la vida contemplativa, el autor cita a San Gregorio Magno, referido a su vez en un texto en el que se examinan ambas cosas en los místicos dominicos del siglo XIV. Vida activa, vida contemplativa… Parecen términos sacados de legajos sepultados por toneladas de polvo y que, por descontado, nadie lee. Nunca serán “trending topic”. Es imposible, porque el discurso que incluye esos términos está a un millón de kilómetros no solo de lo que se habla en la calle, sino de los dispositivos con y en los que se habla. ¿Acaso se habla de eso en twitter, en la tele, en la radio, en la prensa…? ¿Se puede siquiera hablar? Si acaso, en una revista de menos tirada que cualquiera dedicada a exaltar las bondades del aeróbic o de la gimnasia sueca. Pero a medida que van desapareciendo, esas realides se van convirtiendo en material de filósofos, teólogos y demás pensadores que, de repente, descubren cosas que siempre han estado ahí, pero que ahora no las podemos ver, porque la perspectiva con la que asistimos al mundo simplemente no las capta. Ahora, en Semana Santa, es posible que con todo el ruido callejero, que es mucho, esa mirada se quede, a lo mejor, congelada en algo que pasa y que, en su pasar, nos hace caer en la cuenta de algo que supimos pero que ya no sabemos que sabíamos. Me refiero a lo que se celebra y conmemora estos días, la vida (activa y contemplativa) vivida y con mayúscula. Por adelantado, felices Pascuas.

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16
Mar
2015
Creacionismo y misa (o misa y olla)
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Ayer leía una entrevista a una científica en un periódico de Valladolid. La mujer se metía con el creacionismo, y el “insensato” periodista (carente de buen juicio) le preguntaba-apostillaba algo así como: entonces, usted no irá a misa… Y ella le contestaba más o menos que no. Aquí tenemos el follón de las implicaturas conversacionales, lo no dicho que se contiene en lo dicho, o algo así. La mujer se refirió al creacionismo, que, por suerte o por desgracia, se propone a sí mismo como una teoría científica, al menos en su versión del diseño inteligente. Y se discutirá en eseterreno, con lo que no tiene mucho que ver con ir a misa o no ir. He ahí el primer error del periodista. Pero es verdad que creacionismo puede significar muchas cosas. Si uno sostiene que el mundo es creado por Dios, probablemente podrá ser llamado creacionista. Pero esa no es una afirmación científica, y por eso tampoco se puede concluir que un científico que sea creacionista en un sentido lo sea en el otro.
Lo que me llamaba la atención es la inmensa cantidad de supuestos, presupuestos, cosas no dichas y demás que fundan una conversación, porque se sobreentienden en el mismo discurso, aunque nunca se tematicen. Y que se dan por supuestas como correlaciones a las que ni siquiera parece necesario exigirles fundamento. No soy creacionista, luego no voy a misa. Y en este mundo de cosas simples, sin matices y fáciles de reducir al estereotipo les gusta habitar a los que hacen las preguntas… Claro, así son las mismas...
 

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1
Mar
2015
Personas y cosas. Cristianos y artes
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Los últimos ataques del llamado Estado Islámico a las esculturas y demás de Mosul son una muestra clara del poder que tiene el arte, pero no en cuanto cosa para ser vista en los museos (que ese poder es bien poco, más allá del ir de paso antes de comerse unas croquetas en el entretiempo entre el museo y lo que venga después), sino en tanto manifestación, recuerdo y presencia de una forma de vida, aunque esté muerta y fosilizada. Las revueltas y querellas iconoclastas han estado presentes a lo largo de toda la historia. Y en ellas, junto a las destrucción de imágenes (y de textos, que eso tampoco es nuevo) venía la matanza de personas. Van de la mano. Por eso son tan significativas todas esas ruinas, esos ataques y vandalismos a esas cosas que ahora y aquí llamamos arte y a los símbolos que constituyen una forma de vida, que no se pueden explicar, como casi ninguno de los genocidios de la historia, como simples actos de enajenados.

Nadie se escandaliza porque se queme algo, sino porque en lo que se quema está presente mucho más que lo materialmente quemado. Si destruir arte es acabar con una forma de entender el mundo, imagínate qué es acabar con una persona, con un pueblo, con una historia. El hecho es que esta destrucción museística, que ha dado lugar a tantas reacciones, más que justificadas, viene precedida (y nos tememos que seguida) por la masacre continua de cristianos por el simple hecho de serlo. Y eso da que pensar. Como tantas veces en la historia hay víctimas selectivas. Y eso no puede ser. Realmente la destrucción de esas obras es una tragedia. No tiene sentido establecer comparaciones entre lo que no es comparable. Pero por si acaso, he de decir que, en este caso, es la menor. Con diferencia.
 

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