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Dic2021Angelines, Alejandra y el Te Deum.
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Hoy la prensa se hace lenguas de lo desconocida que es Angela Merkel (en adelante Angelines) incluso para sus conciudadanos. ¡Ha pedido una canción de Nina Hagen en su acto de despedida! Sí, claro, y otras dos, que han quedado empañadas por el colorido de la cantante de la RDA, aquella que mi generación infantil, que se dedicaba a colorear mapas políticos de la Europa aún dividida, consideraba que era la Alemania “nuestra”, porque era la “democrática”. Vaya usted a saber, con once años o así, qué significa “federal”. Y si milita en algún partido político que hace de su capa federal un sayo, nunca lo sabrá, porque es un concepto dúctil y maleable a gusto de quien guste.
¿Por qué habría de extrañar que alguien elija una canción pegadiza de su juventud? Más que nada porque en cuestiones de gusto se acepta gustosamente, valga la redundancia, la paparrucha. Se supone que a uno le tienen que gustar ciertas cosas socialmente valoradas y permisibles, y otras no, así que en el foro público se miente al respecto, y aquí paz y después gloria. Algo de Bach (mejor de, por ejemplo, la Cantata del café o de El arte de la Fuga, que no son demasiado sacras), una canción popular de algún Land y otra de lo que se lleva en el mundo hodierno del espectáculo y Angelines hubiese quedado de maravilla en su elección. Pero Angelines se ha salido del guion y le ha dado por elegir nada más y nada menos que Großer Gott, wir loben Dich, un coral cuya letra es una traducción libre del Te deum realizada por Ignaz Franz. Bueno, es que el padre de Angelines era pastor protestante, dicen los que se hacen los no sorprendidos. Ya ves qué razón de peso. También lo era el padre de Nietzsche y este hubiera elegido a Wagner. O a Peter Gast. O a Bizet. También este tenía sus cambios de humor. No, no se trata de una canción de misa, como afirman en otro periódico cuyo redactor se saltó la clase en la que se explicaban los tropos y las figuras retóricas. Y tampoco es sin más un himno ecuménico, que dicen los más desesperados por encontrar una justificación para la elección de Angelines que, sin duda, muchos de sus lectores encontraran pias aures offendens.
En general, la prensa ha corrido tras Nina Hagen y sus escribanos han hecho interpretaciones de lo más colorido, y nunca mejor dicho, de la canción de Hagen elegida. Por suerte, siempre nos quedará el oasis en el desierto de lo cutre y de la vagancia. La redactora de la Frankfurter allgemeine Zeitung, Alexandra Kemmerer, se ha puesto a escribir pensando que sus lectores no eran totalmente estultos y que, si leían su columna, era porque les interesaba el asunto, así que centra su relato en el Te Deum, del que dice: “Después de todo, ¿qué sería de Europa sin el Te Deum? El Te Deum de Reims, con el que concluyó la solemne "Misa por la Paz" de julio de 1962, en la que participaron Adenauer y De Gaulle en la catedral devastada por la guerra, forma parte de la historia de la integración europea”. Hasta el festival de Eurovisión tiene como himno el Te Deum, aunque algunos de los eurofans más empedernidos nos pidan que no felicitemos la Navidad, como si viviésemos en Alfa centauri. Pero Alexandra no se queda ahí, sino que, haciendo un guiño a Hagen, pone los puntos sobre las íes: “Porque el Te Deum, incluso sin película en color ni rosas rojas, es un poderoso drama, un espectáculo del Juicio Final, convertido en piedra en los tímpanos de los portales de las catedrales de la Edad Media”. Y ya, por si alguien no se daba por enterado de que Angelines pudo no haber elegido ese himno por razones paternas (que siempre pueden salir a relucir, como coartada, en nuestra freudiana época a modo de secreto rector de toda nuestra vida no socialmente tolerable), espabila al ignaro que no se da cuenta de que la vida va en serio: “Ángeles, querubines y serafines, los patriarcas del Antiguo Testamento, los mártires y los santos, las vírgenes y los confesores, los poderosos del mundo y el pueblo, una congregación diversa de toda clase se reúne en torno al Juez del Día Final. Ignaz Franz, en su traducción libre, pone en boca de esta congregación una súplica esperanzada y al mismo tiempo severa: ‘Sólo en Ti esperamos, no dejes que quedemos defraudados’. En el original latino, el cambio de los ampulosos coros angélicos al sobrio final no podría ser más fuerte. Al final sólo queda un pequeño ser humano que dice: In te, domine, speravi. Non confundar in aeternum: “En ti, Señor, he puesto mi esperanza. No quede yo defraudado para siempre”. Por cosas como estas alguien muy querido para mí decía que Carlos V era quinto de Alemania cuando era primero de España. La última lección de Angelines. Y de Alejandra. Olé por ambas.