Jun
1984 sin vergüenza (o junto)
3 comentariosUna de las cosas en las que la novela 1984 se adelantó a su tiempo, pero al mismo tiempo, valga la redundancia, se quedó obsoleta, es en la imaginada oficina de reescritura del pasado en la que trabaja el protagonista, Wilson. Allí se dedica a destruir todo tipo de documento que pruebe que el pasado fue de una manera diferente a la relatada por el discurso del Gran Hermano. Si antes Oceanía estaba en guerra con Eurasia y ahora lo está con Asia Oriental, la historia ha de ser que siempre estuvo en guerra con Asia Oriental. Pero para propagar esa paparrucha era necesario (así lo creía ingenuamente Orwell) que el pasado fuese borrado para que otro nuevo relato ocupase su lugar. Este juego que parece tan de hoy es, sin embargo, de ayer. Hoy ya no hace falta ni siquiera ocultar el pasado. Simplemente basta con no hacer caso a lo que uno hizo, dijo o prometió y todos contentos. Nos hemos acostumbrado a que nadie se retracte, dimita o sienta siquiera algo de vergüenza. La única vergüenza que existe en el ámbito público es la vergüenza a tener vergüenza. De este modo, la maquinaria de destrucción y de reescritura constante del pasado ya no hace falta, porque da igual. Los personajes públicos no parecen querer mantener ningún tipo de continuidad con quienes fueron ayer, de ahí que se vean abocados a raras teorías metafísicas que sostienen la discontinuidad entitativa de un presidente y un candidato, o del mandamás del miércoles y el del jueves. A esto colabora el mantra postmoderno del relato, que se confunde con la realidad. Los teóricos de la literatura, todavía muy pacatos, popularizaron la diferencia entre lo que se cuenta y cómo se cuenta (hay un lo que), pero quienes han ganado la partida son los que dicen que no hay qué, sino solo cómo. Se nota que muchos de ellos no pagan la luz de su bolsillo.
En algún momento, ingenuamente, pensé que la analogía entre internet y la memoria de Dios era buena. Todo lo contiene la red en algunos de sus múltiples vericuetos. Qué se ha dicho, dónde se ha estado, qué se ha comprado. Pero la memoria de verdad no es solo un contenedor, sino un espacio en el que las cosas son conocidas tal como son. Esto, decían los clásicos, nos está vedado y solo es accesible a la divinidad. La esperanza era llegar a conocer un día de ese modo. Ya no. Ahora parece bastar el cuento, el relato, la partida de ajedrez. Que gane el mejor pues.