Dic
A Holmes no le consta que no le conste
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Estamos a punto de acabar un año en el que podemos dar por finiquitada la epistemología holmesiana. Shelock Holmes –y en general cualquiera de los detectives que se han prodigado por la literatura, el cine…– aplica un razonamiento a veces deductivo, otras inductivo y en muchos casos abductivo. A partir de principios generales extrae una conclusión particular, llega a una general a partir de particulares, o concluye que, de ser cierto algo, lo que nos parece extraño dejaría de serlo. Naturalmente, la pistola humeante, cuyo estampido acabamos de escuchar, en la mano de una persona que mira un cadáver a sus pies le parecería al menos un indicio a tener en cuenta a la hora de considerar un hecho. Hace tiempo que esta manera de entender nuestras certezas dejó paso a una epistemología que renuncia a cualquier trascendencia que vaya más allá del yo: no me consta, no me reconozco en esa grabación ni en esa imagen, esas cuentas a mi nombre no son mías… Y así, poco a poco, como venimos haciendo desde hace algunos siglos, quedamos más presos en ese yo epistémico que, supuesta y falazmente, garantiza nuestras certezas. Y todos tan contentos. En realidad, el yo no garantiza nada, pero en fin.
Richard Swinburne, en La existencia de Dios, trata de probar este hecho a partir de la probabilidad bayesiana, que no es una cosa que surja de su magín, como el yo al que no le constan las cosas, sino que es una herramienta usada en muy diversos campos: medicina, IA, genética, detección de spam y sabe Dios qué más. Bayes a veces se equivoca, cómo no, y nos cuela una propuesta de inversión que nos hará ricos en un par de días como correo legítimo o nos hurta el mensaje que esperamos de nuestra amada porque considera que es demasiado untuoso y se parece a la propuesta de inversión anterior. Pero acierta tantas veces que parece lícito tenerlo en cuenta. De hecho, también Sherlock Holmes aplica esta probabilidad, hasta para demostrar él mismo la existencia de Dios a partir de argumentos estéticos. Pero el yo que niega toda realidad que no haya puesto él mismo, el yo al que no le consta o no se reconoce, tratará de mostrar que todo eso es falaz, una construcción que le resulta molesta y violenta.
Este yo autonfaloscópico (que se mira el ombligo y dirá lo que sea para presentar ese ombligo como el centro y el generador de la realidad), magnífico subproducto de las redes sociales y demás artilugios hodiernos, metería en la cárcel a Sherlock acusándole de construir lo evidente como evidente. A ver si para el año que viene... Feliz comienzo.