Dic
Aleluya de la calle
4 comentariosMuchos filósofos han reflexionado sobre la vida como obra de arte. Creo haber puesto más ejemplos en alguna ocasión de que esto no consiste, seguramente, en disfrazarse de sabe Dios qué o en hacer cosas raras por los mundos de Dios. El arte casi siempre (hasta hace bien poco) era un elemento de identificación comunitaria, de cohesión, de belleza y que, por lo mismo, cambiaba la cara de los artistas y de los auditorios. Cuando el artista y el auditorio se identifican, la cosa se acerca a lo sublime. Tal es el caso de este Aleluya de Haendel cantado en medio de una “plaza” de estas americanas en las que la gente se sienta a comer hamburguesas y otras ambrosías. John Dewey detestaba la concepción museística del arte, esa idea de que el domingo nos toca ir a ver belleza al museo del mismo modo que el lunes no toca ir a ponernos rulos a la peluquería. Para convertir la vida en obra de arte o para reconciliar arte y vida no hay que convertir los váteres en arte ni otras patochadas semejantes. Basta con ponerse a cantar a Haendel a la hora de la comida. Todos considerarán que les felicitan las Pascuas y su vida será un poquito mejor.