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Jul
2006Jul
Amarás a Dios...
4 comentariosEl capítulo uno de la espléndida serie de películas de Kieslowski denominada “El decálogo” lleva por título, como no podía ser de otro modo, “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. En ella se nos cuenta la historia de un niño polaco que ha crecido educado por su padre, comunista y ateo, como mandaban los cánones de la época, pero que ha oído hablar de Dios a su tía. La pregunta, la gran cuestión, aparece cuando el niño se encuentra con el cadáver de un perro: ¿qué pasa con ese animal? ¿Por qué ha muerto? El padre le da la respuesta del materialismo más craso. No pasa nada, se acabó su ciclo. Eso es todo. El día del cumpleaños del niño, un día de duro invierno, el padre le regala unos patines y consulta su ordenador para ver si el hielo del lago de la ciudad en la que viven es lo suficientemente grueso para patinar. El ordenador hace sus cálculos, supongo que atendiendo a temperatura, tipo de agua, presión atmosférica y vaya usted a saber qué, y determina que sí, que el grosor del hielo es suficiente, así que le permite gozar de la pista de patinaje. Pero, hete aquí que el hielo se rompe y el niño se ahoga. Váyale usted ahora con darwinismos al padre y con explicaciones de causa y efecto, etc., etc. Este hombre, roto por el dolor, va a un santuario, y en una escena de una belleza inenarrable, se abalanza sobre las velas que adornan el iconostasio y de un manotazo las lanza contra el icono de la Virgen, de modo que la cera derretida semeja lágrimas en el rostro de María.
Hace un par de días se estrelló un avión en Rusia. No se sabe exactamente por qué. Lo que nos dice nuestro cartesianismo laplaciano es que la ciencia dará con la clave y nos dirá qué pasó, como hará absolutamente con todo. A veces dudo de ello. La famosa teoría del todo a la que aspiran los científicos es un mito muy viejo, que en otras épocas fue conocido por el nombre de piedra filosofal. Se dice que alguien la encontró, pero nadie sabe quién ni cuándo ni dónde. Hay cosas que son del ámbito de la creencia. Lo dijo Kant: tuve que delimitar el ámbito de la ciencia para dejar espacio a la fe.