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Jun
2006Jun
Ámbitos y tiempos
3 comentariosAcabo de regresar de acompañar al órgano a un coro que cantaba en una boda. Como me toca en muchas ocasiones acudir a este tipo de actos, puede decirse que soy un observador más o menos cualificado, porque, en calidad de organista, me paso buena parte del tiempo haciendo un examen casi etológico de los que celebran y de los que acuden. En la boda de hoy la mayoría de la gente estaba como quien pasaba por allí, vio luz y entró a ver qué pasaba. Muy pocos son los que seguían mínimamente la liturgia y menos aún los que participaban en la misma. Cuatro gatos rezaron el padrenuestro y tres personas (una, dos y tres), novios aparte, comulgaron. El sacerdote no predicó mal, pero el pueblo (¿?) estaba pendiente de cualquier mínimo detalle, siempre y cuando fuese otro que la homilía (antes sermón). Lo fácil es hablar de la secularización, la descristianización, etc., etc., como si la culpa la tuviese una mano invisible que escribe las líneas de la historia de forma perversa. No hay duda de que lo que hay de religioso en el fondo de cada uno comienza con la educación que uno recibe en casa. A mí me encanta ver cómo mi tía enseña a rezar a sus nietas las mismas oraciones que yo aprendí de niño, del mismo modo que me causó un gran impacto ver, en Polonia, cómo una madre iba explicando a sus hijos pequeños la simbología de una iglesia y cómo había que comportarse (sí, ya sé que suena impositivo, pero es que hoy todo suena impositivo, pero si mi madre no me hubiese impuesto frustraciones hoy seguiría meándome en la cama) en el interior del templo. Sin embargo, las bodas, bautizos, banquetes y demás aquelarres por el estilo han perdido el aspecto ritual, que comunica dos realidades, dos mundos o como quiera llamárseles, y se ha quedado en el aspecto protocolario: no puede faltar nada en el protocolo, pero los actos protocolarios no tienen significado trascendente más allá de sí mismos. Un protocolo de actuación es un conjunto de acciones que deben realizarse en orden a algo, pero las acciones no remiten a nada más allá de sí mismas. No tiene mucho sentido buscar trascendencia en los recuentos protocolarios que realiza un piloto en orden a revisar el buen funcionamiento de su avión antes de despegar. Sólo son lo que son. Y lo más fácil del mundo es convertir un ritual en un protocolo. Claro que es importante que las cosas salgan bien, pero es más importante que estén bien hechas. El día que me case les diré a mis amigos que esperen fuera, porque cuando se quiere identificar tanto lo religioso con lo cotidiano, resulta que lo cotidiano es infinitamente más interesante que lo religioso. Y no abogo por cosas raras. Sólo por distinguir ámbitos y tiempos.