28
Jul
2008Jul
Angelitos
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¿Qué pasa cuando a uno se le enciende el chivato de la gasolina en una carretera que no conoce? ¿Y si un error de cálculo o simplemente una gasolinera cerrada desbarata los planes y la carretera se hace eterna, larga, densa y cada centímetro puede ser el inicio de una odisea tirado en el arcén? Aparte de que la adrenalina se descoloca, pasa lo que tiene que pasar: que aparece alguien que te presta combustible y te indica dónde está la gasolinera más próxima. Seguro que alguno de mis lectores piensa que no, que lo que pasa es que te quedas tirado en medio de ninguna parte, en una soledad poblada de aullidos, que dice el salmo. Pues lo mío no es menos verdad. En absoluto. Es, simplemente –y de nuevo vuelvo sobre este tema que me gusta especialmente– una lectura profana de la teológica gracia. Donde uno sólo ve muerte, otro ve gloria (frase de Witt, personaje central de la soberbia peli “La delgada línea roja”). Y alguien dirá que las cosas no son así. Pero el hecho es que también lo son. Lo angélico existe de múltiples formas, y no todas están en el más allá. No me atrevo a dar saltos en este tema, pero los mensajeros de la providencia (por rancias que suenen estas palabras, sin duda por mal uso) andan por ahí. ¿Les falta gasolina? Yo tengo en casa. Un minuto que se la traigo. ¿Qué no? ¿Qué se apuesta a que sí?