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Animus/anima
2 comentariosEl otro día, en una conversación, a alguien se le descolocó una letra y se refirió a su ministerio como cura animorum. Luego comprendimos que se refería a la cura animarum. El episodio me dio que pensar. Uno se mete tanto en el animus de los que le rodean que se olvida del anima. Fácilmente acaba convirtiéndose en un terapeuta que sondea el espacio de los sentimientos, las vivencias y demás (lo cual es imprescindible: llorar con los que lloran y reír con los que ríen, que dice el apóstol), y se arriesga a olvida el anima, que, aún más si cabe, es de cada quien y no es fácil meterla en un espacio terapéutico; requiere, sin duda, un análisis que no es estrictamente anímico, sino más bien, “almario”
En una ocasión, un fraile que habitaba en una de las mayores megalópolis del mundo me decía que cuando caminaba por la calle él veía fundamentalmente almas. Sin duda el animus casi siempre está en situación precaria. Solo hay que salir a la calle y hablar con el personal. Pero ¿qué pasa con el anima? ¿Realmente está poblado el mundo de almas carentes de todo? ¿Cómo se cuida el alma en un mundo en el que ese término no encubre más que un vacío para buena parte de la gente? Cambiar una letra es fácil. Pensar qué hay detrás de ese cambio nos lleva a repensar las cosas.
Estos días, con motivo del atropello de una niña en Madrid y de la carta que escribieron sus padres, se han publicado diversas reacciones periodísticas, desde el magnífico texto de Jorge Bustos "El abrazo de María", en El Mundo, señalando la magnificencia del cristianismo como elemento estructurador de nuestro modo de estar en el mundo, hasta otras algo más elefantíasicas (en el sentido de desproporcionadas y, aprovechando la paronimia, como de elefante por cacharrería), que se rebelan contra la misma posibilidad de que en el ámbito público se haga presente a un dios que ellos consideran sanguinario. De vuelta al principio. Si todo es cuestión del animus, nada de lo que ha sucedido es siquiera soportable. Si lo que está en juego es el anima, entonces las cosas se colocan de otro modo, no más fácil –quizá mucho más complejo y doloroso– pero formando parte de un todo absolutamente verdadero, como nos recuerda Job. Es cuestión de anima.