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Jul
2006Jul
Antropología aeroportuaria
1 comentariosAcabo de saltar el charco atlántico, lo que me ha permitido (obligado sería más correcto) zascandilear por cuatro aeropuertos de dos continentes. Qué cosa tan aburrida. Si no fuese por unos detalles más o menos kitsch y supuestamente representativos de la cultura de cada uno de los países en los que se asientan, habría que decir que son lo más uniforme que hay en este mundo de Dios, todos ellos presidios por dos ideas capitales: seguridad y sacarle el dinero a uno. Supongo que habrá razones económicas de peso, de tasas, de aranceles o vaya usted a saber qué, pero no me explico cómo por una café y un horroroso bollo uno paga casi 4 euros (desde luego, un bocadillo con un aspecto medianamente apetecible es prohibitivo: creo que el voto de pobreza, como un superyo cabreado, estaría apaleando mi conciencia una semana), pero aún así, vale más llevarse el café hecho de casa. Y la seguridad, ah, la famosa seguridad. Un aeropuerto debe ser un sitio más seguro que Fort Knox, a tenor de las veces que le registran a uno, las fotos que le toman, las miradas que le echan, los escáneres que pasa… Un aeropuerto es la puesta en práctica de la antropología agustiniana y, en su extremo, luterana y calvinista. Tras el pecado de Adán, el hombre no puede hacer nada bien, está corrompido. San Agustín, al menos, confiaba en la gracia. Pero los cancerberos aeroportuarios no. Porque si nos atenemos a los hechos, no haría falta tanta seguridad, pues con la mitad basta y sobra. Pero lo importante es la apariencia, la apariencia de que allí no puede pasar nada: esté tranquilo, que vamos a mirar sus entretelas hasta tal punto que los demás viajeros no podrán hacerle nada. Es como si me obligasen a tomar jarabe para curar la tos que no tienen los que comparten aeropuerto conmigo en un momento dado. Las falsas seguridades, de las que tan enemigo es Jesús Espeja OP, se han impuesto en nuestra vida cotidiana. Y luego, cuando algo pasa, nos preguntamos dónde estaba Dios. Probablemente estuviese revisando los tratados de antropología que escriben las autoridades aeroportuarias.