30
Jul
2008Jul
Apariencias desde las lejanías
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Que las apariencias engañan lo sabe todo el mundo, desde Platón en adelante. Seguro que antes lo sabían, pero no parece que lo dejasen por escrito. Platón se pasó su vida luchando contra los ídolos fantasmagóricos que pensaba que eran las imágenes tras las que no había nada, que eran, sobre todo, la verborrea de los sofistas, palabras más huecas que la cabeza de varios ministros. El estar danzando a modo de vagabundo por esos mundos de Dios le permite a uno tomar distancia de la cotidianidad y ver lo pequeñas que son nuestras cuitas españolas. Y usted dirá: lo serán para ti, que para mí, que vivo en España, las que tú llamas cuitas son las que me azoran cada mañana. Y es verdad. Pero precisamente es su carácter ficcional el que nos provoca el malestar matutino cada vez que abrimos el periódico. No sé qué leí hace unos días acerca de un no al trasvase y sí a ¿la transfusión? No recuerdo el término, pero el juego era simpático por lo ridículo. Si voy al médico a punto de pasar al juicio eterno y no tengo prisa por llegar y el buen señor me ofrece un trasvase de sangre en vez de una transfusión, no seré yo el que vaya a discutir de nominibus. Póngame usted ese trasvase, buen hombre, que el que viene detrás seguro que lo acepta también con alegría. Y mientras los políticos, la prensa y demás familia discuten sobre términos, igualito que hacían los sofistas, que acababan convenciendo a uno de que debía comerse un gato y llamarle ternera, cuando uno toma distancia se da cuenta de que lo real, lo que de verdad debería (creo) importar, no son los nombres, sino la res (no la ternera, ya me entienden). ¡Qué necesario es ver otros mundos, quitarse la boina y escuchar voces que no se entienden! ¡Qué necesario, qué reconfortante y, por qué no, qué duro algunas veces!