Mar
Bien acompañados, si bien solos
1 comentariosMe gusta la expresión freudiana esa de “matar al padre” por la fuerza que tiene y por el juego que les ha dado. Que si el padre para arriba, que si el nombre del padre para abajo… Hasta donde sé, el padre representa la figura autoritaria, la imagen encarnada de la constricción personal que supone la ley social (moral, ética, política, el super-yo y todas esas cosas). Y algo de verdad tiene, pero creo que, al menos como yo lo interpreto, novedades las justitas. “Matar al padre”, por seguir usando la consabida cantinela, para mí sólo significa darse cuenta de que nadie de los que están por encima sabe, puede y vive mejor que nosotros. Que ni el profesor es una excelencia, ni el presidente del gobierno sabe más, ni el juez, quizá, tenga más sentido de la justicia que uno mismo. En definitiva, es asumir la propia soledad (en el espléndido sentido boeciano de individua substantia), que no es sino la radical responsabilidad de cada uno para consigo mismo y el otro. ¿Levinas? Sí, claro, pero también Kant y su imperativo de autonomía. ¿Kant? Sí, claro, pero también Tomás de Aquino y su llamada al primado de la conciencia. ¿Tomasete? Sí, claro, pero también San Agustín y su “ama et fac quod vis”. ¿Agustín? Sí, claro, pero también la regla de oro del Evangelio. Y si aceptamos a san Justino y sus semina verbi, sólo hay que buscar para darse cuenta de que el entós susurrante (con permiso por apropiarme del alias de mi comentadora) siempre ha estado ahí. Me vienen a la mente los juicios de Nuremberg, donde parte de los acusados (que hubieran podido ser cualesquiera otros) se escudaban en que sólo cumplían órdenes. Los viejos del lugar solían decir en los conventos aquello de “el que obedece, nunca se equivoca”. Emilio G. Estébanez decía: “el que obedece, siempre se equivoca”. Delegar la responsabilidad es delegar la autonomía, la conciencia, la caridad y la propuesta evangélica. Estamos solos, sí, pero tan bien acompañados…