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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

4
Mar
2009

Bien acompañados, si bien solos

1 comentarios

Me gusta la expresión freudiana esa de “matar al padre” por la fuerza que tiene y por el juego que les ha dado. Que si el padre para arriba, que si el nombre del padre para abajo… Hasta donde sé, el padre representa la figura autoritaria, la imagen encarnada de la constricción personal que supone la ley social (moral, ética, política, el super-yo y todas esas cosas). Y algo de verdad tiene, pero creo que, al menos como yo lo interpreto, novedades las justitas. “Matar al padre”, por seguir usando la consabida cantinela, para mí sólo significa darse cuenta de que nadie de los que están por encima sabe, puede y vive mejor que nosotros. Que ni el profesor es una excelencia, ni el presidente del gobierno sabe más, ni el juez, quizá, tenga más sentido de la justicia que uno mismo. En definitiva, es asumir la propia soledad (en el espléndido sentido boeciano de individua substantia), que no es sino la radical responsabilidad de cada uno para consigo mismo y el otro. ¿Levinas? Sí, claro, pero también Kant y su imperativo de autonomía. ¿Kant? Sí, claro, pero también Tomás de Aquino y su llamada al primado de la conciencia. ¿Tomasete? Sí, claro, pero también San Agustín y su “ama et fac quod vis”. ¿Agustín? Sí, claro, pero también la regla de oro del Evangelio. Y si aceptamos a san Justino y sus semina verbi, sólo hay que buscar para darse cuenta de que el entós susurrante (con permiso por apropiarme del alias de mi comentadora) siempre ha estado ahí. Me vienen a la mente los juicios de Nuremberg, donde parte de los acusados (que hubieran podido ser cualesquiera otros) se escudaban en que sólo cumplían órdenes. Los viejos del lugar solían decir en los conventos aquello de “el que obedece, nunca se equivoca”. Emilio G. Estébanez decía: “el que obedece, siempre se equivoca”. Delegar la responsabilidad es delegar la autonomía, la conciencia, la caridad y la propuesta evangélica. Estamos solos, sí, pero tan bien acompañados…

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entos susurrante
5 de marzo de 2009 a las 15:20

Es verdad, el contenido de la expresión “matar al padre”, si procuramos dejar a un lado la connotación violenta y dañina inherente a esa palabra –no sé si podremos, ¡ay, el carácter simbólico de los signos lingüísticos!-, muestra una acción de verdadero crecimiento y progreso personal. Yo lo aprendí al oir hablar, en el ámbito de la filosofía, del “parricidio”, atribuido siempre a lo que hizo Platón con Parménides. Luego me iba dando cuenta de que los filósofos que no se habían convertido (o así se les interpretaba) en verdaderos “parricidas” con su maestro, eran considerados pensadores de segunda fila… Finalmente pasé a comprender que si yo no llegaba a ejecutar un acto de este tipo en la vida (¡¡metafóricamente y en el terreno del conocimiento!! -o mejor dicho, de su búsqueda), me quedaría en la infancia definitivamente… Es cierto, no tenemos más remedio que en algún momento de nuestro “recorrido” tomar las riendas de nuestra vida y ¡con mucho Amor! cortar “el cordón umbilical” que alimentaba nuestras creencias y fundamentos intelectuales… Lo esencial ya nos ha nutrido mientras era necesario, ahora todo eso circula por nuestra sangre y podemos funcionar por nosotros mismos, mejor dicho ¡debemos hacerlo! ¿Cómo experimentaremos, si no, la vida?¿Cómo podremos “elegir”, es decir, practicar ese don precioso de la libertad –es que no me quito de encima tanta película y comentario estupendo con el que me regalan cada poco-? Aprovecho para decir, a partir de esto, que el parricidio filosófico de Platón y todos los “platones” (que no me parece “un tipo” de ese “asesinato” metafórico al que nos estamos refiriendo, sino el “Matar al padre” en el sentido más amplio de proceso hacia la madurez de la persona), no creo que tenga que ver con ese “pensar en contra” con el que algún “moderno” definió “Filosofía” (¡pues vaya un “amor por el conocimiento”!). Quizás para no violentar ese inevitable valor simbólico de la lengua, podríamos utilizar otra metáfora que exprese de forma más adecuada lo que de verdad se produce cuando uno empieza a “comprender” por sí solo, y eso debe conllevar la gratitud y la admiración constante por el “padre-maestro” sobre cuya enseñanza pudo construir su libertad… Viendo así las cosas… ¿quién va a querer “matar” a nadie? Y lo cierto es que si se abriga resentimiento…, no nos engañemos, la atadura que creeremos haber cortado de “un hachazo” (o con el método drástico que se nos ocurra) ¡se habrá reforzado! y tirará de nosotros hasta que el Verdadero Conocimiento nos permita soltarla..., es decir, hasta que ya no nos dé miedo "estar solos" porque..., efectivamente, sabremos que estamos muy bien acompañados.

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