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Oct
2006Oct
Cambia o no cambia?
2 comentariosCuando se anda por esos mundos de Dios que no se corresponden exactamente con el mundo de la vida cotidiana, uno suele tener la malsana curiosidad, facilitada por la técnica moderna, de echar un vistazo a la prensa patria. Recuerdo, estando en la República Dominicana, que ponían por la tele un culebrón de esos que tanto éxito tiene por doquier. Algún día, por las razones que fuese, se veía cómo Leonor Leocadia y Fernado Alejandro se odiaban a muerte amándose de modo inmisericorde. A los veinte días era justo al revés, se amaban a muerte odiándose de modo inmisericorde. El secreto, supongo, está en hacer que no cambie nada, en poner de vez en cuando algo de sazón haciendo aparecer un hijo secreto o una abuela despechada. La cosa se alarga así hasta límites más allá de la imaginación. Bueno, pues nuestro mundo politico, del famoseo, del deporte y de esas otras gentes de mal vivir que suelen llenar las páginas de la prensa son los constitutivos del culebrón nuestro de cada día. Uno se pregunta si realmente ha pasado algo desde que ha salido de su casa. La respuesta es que sí, claro, pero no interesa. Lo que realmente pega, es lo que es siempre lo mismo, lo que no cambia, lo immutable. Ni siquiera el dios de Aristóteles, pensamiento que se piensa a sí mismo (y ojo, que tiene mucho en qué pensar) era tan aburrido. En su libro, recientemente aprecido en castellano, El arte de la sociedad, Niklas Luhman indaga en el problema de la autorreferencia y la heterorrefrencia. Básicamente, la cosa es que si algo o alguien, el corpus que sea, no hace más que mirarse el ombligo y no acepta la existencia y la exigencia de algo/alguien que no sea él mismo, se acabó la historia, porque el sí mismo exige al otro, si no, no hay sí mismo ni cosa que se le parezca, por definición. Pero creo que me he subido a demasiadas alturas intelectuales para las gentes de perverso vivir a las que hacía referencia. Qué le vamos a hacer, si la cultura son ellos y algún cantor. Aún así, me quedo con Luhman.