13
Mar
2008Mar
Caridades
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El artículo de El Semanal que firma esta semana Arturo Pérez Reverte es simplemente genial. Me encanta sobre todo el final del mismo: “ningún sufrimiento le es aún ajeno. Todavía no ha olvidado el sentido de la palabra caridad”. Y es que, no sé por qué extraña razón, la caridad, quizá por el desgaste de la palabra, ha quedado asociada a señoras que se sentaban detrás de unas mesas petitorias a mendigar ayuda para los negritos de aquí o los chinitos de allá. Su alternativa “laica” es la solidaridad. Pero a poco que uno analice la historia de los usos léxicos, se dará cuenta de que cualquier cosa y cualquier persona pueden ser solidarias, y muy pocas son caritativas o actos de caridad. Una famosa se va al África a ver a los niños desnutridos, incluso coge a algunos en sus brazos, y es solidaria. El gentío que la acompaña (guardaespaldas, maquilladores para que la foto salga chula, asistentes, secretarios y demás parentela) se quedan a una distancia prudencial, básicamente fuera del campo de visión, para que el solidario salga chupi-piruli. No, no estoy criticando la solidaridad, en absoluto. Lo que sucede es que le ha pasado (quizá aún no del todo, pero queda poco), lo mismo que a la caridad en tiempos: se ha devaluado y vulgarizado. Sé solidario, nos dicen, mete tu dinero en esta cuenta morada y el 1% irá para no sé qué proyecto. A ti qué más te da, no te va a doler, no tendrás que compadecerte más que desde lejos, pero serás solidario. A mí me encanta la caridad (sí, ya sé que suena de nuevo a mesa petitoria y a señora enjoyada con sus pieles pidiendo para la conversión de los chinitos, pero ¿por qué? Antes de ella había mucha caridad en el mundo). Fe, esperanza y caridad, la más grande de las tres, es la caridad, que decía el apóstol en su carta a los Corintios. No es posible que la más grande de las virtudes consista en comprar esta lechuga en vez de esta otra. No es posible que la virtud, aquello que los griegos llamaban areté, que los latinos creían que se acababa convirtiendo en un habitus, en una segunda naturaleza, se reduzca a echar tres duros para evitar la desecación de las marismas de no sé dónde. Quizá la palabra caridad ya ha estado fuera de circulación bastante tiempo. Ha sido enviada a la lavandería de las palabras y la podemos recobrar prístina, limpia y oxigenada. Pues hale, a hacer caridades.