Ene
Cómo son las cosas
2 comentariosHoy me ha enviado Moisés un vídeo espectacular de una niña soltándole una parrafada a algunos delegados de la ONU, que da que pensar. Y da que pensar no tanto por lo que dice, que son verdades como puños (y al serlo, a veces se nos olvida reflexionar sobre ellas, por obvias, cuando lo obvio es lo que más nos debería hacer ejercicios de cabeza), sino porque parece que hay un momento en la vida, no sé exactamente cuándo, en el que los grandes ideales se tiran por la ventana… Y no digo que no se hable de ellos, sino que no se piensa con la razón práctica, es decir, nos olvidamos de que, de un modo u otro, las cosas están en nuestra mano. Después de la entronización del presidente de EE.UU (confieso que sentía una sensación rara al ver el impresionante desfile por Washington, que poco tendría que envidiar, creo, a la entronización de Carlomagno, si exceptuamos, claro está, la presencia papal) y de tener la impresión que tal despliegue de poder es el único que faculta para hacer que algunas cosas sean distintas, veo este vídeo y me doy cuenta de que, si uno lo piensa con cuidado, hubo un momento en la vida de la humanidad (quizá, como decía Rousseau, cuando un hombre plantó una estaca en un campo y dijo “esto es mío”, o quizá no), al igual que lo hubo en la vida de cada quien, en que decidimos tirar por el sendero por el que vamos. Y no es culpa mía, ni tuya, sino que es de todos (al contrario que el dinero público, que, como dijo la insigne ministra, no es de nadie). Llámale pecado original, llámale pecado estructural o llámale simplemente akrasía. La cuestión es que, como decía el apóstol, sabemos qué es lo bueno y hacemos lo contrario. Qué cosa, ¿verdad?