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Cosas cósicas
0 comentariosCualquier mérito, por esas extrañas causas que somos los seres humanos, se puede convertir al mismo tiempo y bajo el mismo respecto en un demérito (como si existiese el principio de no contradicción fuera de los estrictos límites de la lógica aristotélica, ingenuidades filosóficas). Uno presenta a los gestores del conocimiento universitario (no es mi caso, pero podría serlo perfectísimamente, así que tómese como un relata refero) lo que considera un mérito, a saber, que ha diversificado sus áreas de investigación y, si bien hay alguien que así lo valora, llega el del cubículo de al lado y considera que eso es un demérito, porque lo que aquél tomaba por diversificación es en realidad una dispersión. Dos términos, dos palabrillas, y a uno le dan un sexenio (o lo que fuere) o no. Y acabose, como dicen en Cangas para cerrar una discusión. Cualquier argumentación ulterior no sirve para nada. Pero, oiga… Ni oiga ni oigo. ¿Me he diversificado o estoy disperso? Las cuestiones bizantinas son terroríficas y campan por sus fueros en el panorama actual. Los más iletrados se han forjado la idea de que eso era el procedimiento de los medievales, que discutían del sexo de los ángeles… como si no tuviese importancia para todo lo demás. Cualquiera de sus conclusiones tendría relevancias para la ontología, la teoría del conocimiento, quién sabe si no hubiese cambiado los paradigmas de conocimiento… El sexo de los ángeles me interesa infinitamente más (o más aún si cabe) que las rancias polémicas sobre si uno se dispersa o se diversifica, porque, en el fondo, lo que late, lo saben todos los filósofos, detrás de esos términos, es un interés, una voluntad de poder o, en el fondo, un “ya no te ajunto”, que decíamos de niños, es decir, no eres de los míos. Por eso la noción de mérito/demérito (sustitutos profanos del vicio y la virtud) nunca se evalúan en sí. Y a uno le queda el regustillo amargo de ello, que se transforma en esperanza de dulzura, de que, efectivamente, la virtud alcanzará su aquel (quo tendit). Todo este rollo para, en síntesis, decir que aunque cada quien leerá las cosas como le venga en gana, hay cosas, que son las que cada quien lee como le viene en gana: ¡cosas!