12
Jun
2006Jun
Cosme y Heidegger
3 comentariosEsta mañana he tenido ocasión de leer, por circunstancias de la vida, un texto de Cosme Puerto, O.P., sexólogo de profesión y educador de muchas generaciones de frailes, monjas, laicos y otras especies. Esta tarde he estado leyendo unos estudios sobre Heidegger, cosa fina, oiga, pero por no sé qué extraños maridajes mentales, me ha venido a la memoria aquello que decía Sartre, a saber, que “el Dasein no tiene vida sexual” o lo que decía Levinas, en la misma línea, “el Dasein nunca parece tener hambre”. Es curioso, Heidegger elabora quizá la filosofía más vital del siglo XX (con permiso de Ortega) y en su categoría fundamental, ese Dasein (el existente humano, para entendernos), olvida una de las dimensiones fundamentales, la erótica. Suele acusarse a los eclesiásticos de reprimir, olvidar el eros y poner en su lugar ágapes, filías, eudaimonías aristotélicas o bienaventuranzas varias. Pero es que los filósofos, con algunas excepciones, no han sido tampoco especialmente pródigos en reseñar la importancia de esas funciones básicas de la vida. El Banquete de Platón es un canto al eros como no se ha dado, por desgracia, otro en la historia. Sin embargo, ironías del destino, por el camino muchos lo malinterpretaron, se quedaron sólo con la melodía “erótica”, olvidando la armonía del eros subyacente a la misma, confundiendo a Sócrates con Alcibíades, y por eso, como bien estudió el ex-dominico americano Pohier, ante el riesgo de absolutizar lo erótico, se prefirió exterminarlo de raíz. Por suerte, Benedicto XVI empezó su pontificado con su encíclica sobre el amor, en todas sus dimensiones. No obstante, y nunca me cansaré de insistir en ello, ya antes Cosme estaba allí (y allí es cualquier parte en la que le quisieron escuchar), tratando de dar número, peso y medida al eros, un pequeño absoluto (y por tanto nefando) para muchos. Si Heidegger (y bastantes otros cuyo nombre desconozco) hubiera conocido a Cosme, quizá por mediación de Hannah Arendt, la historia de la filosofía europea (y de la teología) hubiese sido distinta. Aún estamos a tiempo.