Tomás de Aquino, en la II-II, q.168, a.3 dela SummaTheologiae, habla del juego, del chiste y su licitud (algo raro no sólo entre los padres y doctores, sino en casi todo el pensamiento occidental anterior al siglo XX, al que le encanta la pose de gravedad) y así, como en un aparte, cita a San Ambrosio, quien, en su sermón 8, afirma: “si puedes salvar a un hombre dándole de comer y no lo haces, lo has matado”. Uau, esto me plantea qué demonios hacer. No tengo muchas dudas de que, al igual que las decisiones políticas benefician en muchas ocasiones al conjunto de la humanidad –y eso no es indiferente en el plano moral– sus tropelías dejan a mucha gente, así de crudamente, sin comer. Me imagino que la inmensa mayoría de jerarcas, rodeados de su guardia pretoriana que ya nunca les recuerdan que son mortales, sino que les ocultan lo evidente, ni siquiera serán conscientes de esto, pero es probable que San Ambrosio tenga razón (palabra, obra y omisión, decimos...). Cuando uno prende fuego a un bidón de gasolina para incendiar una casa, las causas de la ignición son numerosísimas, y entre ellas se incluyen la presión atmosférica, la temperatura exterior, la sequedad del ambiente y yo qué sé qué más, y una más de esas causas (a la que solemos denominar la causa) es la intención del pirómano. Sí, el moribundo se morirá porque está débil, porque su cuerpo ha sido asaltado por pulgas mordedoras, porque hace frío, nieva o hace calor y llueve. Las causas son potencialmente innumerables, pero “si puedes salvar a un hombre dándole de comer y no lo haces, lo has matado”. El rostro del otro, que dicen los existencialistas del siglo XX, me interpela. Pero ¿si el rostro del otro se reduce a una estadística? ¿Acaso puede interpelarme y puedo dejar morir a una estadística? Los ciudadanos acaban convertidos en estadísticas; las personas, no.
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.