Nov
Dadles vosotros de comer(2)
1 comentariosCuando ya tenía escrita mi entrada de hoy, parece que se me ha frito o freído el ordenador, así que he tenido que empezarla de nuevo. La fuente de alimentación, seguro, por el olorcillo que salía, aunque quizá haya sido la mano negra de los cocineros contra los que se mete hoy un artículo muy sensato y sabio de Vicente Molina Foix. Hemos llegado, de modo sospechoso, a pensar que la cocina, por fin, es cultura, gracias a los cocineros galácticos que, curiosamente, no nos dan de comer. La comida (en el sentido de acto de reunirse a degustar y en el de contenido de esa degustación) es cultura desde que el hombre es hombre, seguramente. El acto (cultural) de comer no se reduce al salmonete sobre la mesa ni a la patata cruda, del mismo modo que el cuadro que cuelga en las paredes del museo no se reduce a los pigmentos que lo forman. De nuevo caemos en un dualismo maniqueo en el que se denigra la materia y se eleva hasta extremos inimaginables lo “espiritual” (en forma de semántica o sentimiento de pertenencia o lo que fuere). Ya no se va a comer a los restaurantes experimentales, sino a recibir significados, que son “mejores” (más elevados en la escala valorativa) que los alimentos materiales. San Agustín, que de maniqueísmo sabía un rato, seguro que hoy hubiese escrito algo a este respecto, puesto que se repite constantemente la cantinela de los dos mundos. Cuando uno va a comer (acto cultural donde los hubiere) resulta que la cultura (nueva) le deja con hambre,dado que el acto cultural de comer ya no consiste en comer.
Por supuesto que me encantaría probar esos sabores exóticos, pero sin que ello implique que deje de alimentarme. En todo caso, y aquí quería llegar, un buen número de teóricos de esta cocina ultra-(póngase aquí lo que se desee) que ven en la cola caramelizada de un salmonete sobre lecho de Procusto la encarnación de cualquier significante trascendental (la libertad, la renuncia a aquello o sabe Dios qué otra cosa) se ponen malos cuando alguien es tan crédulo como para creer que un trozo de pan pueda ser el cuerpo de Cristo. Es lo que tiene la cultura, que abaja y eleva sin que nadie sepa muy bien cuál es la “razón suficiente” de ello.