17
May
2006May
De códigos y otras mamarrachadas
7 comentariosPerdón por inaugurar este blog con el fenómeno editorial de los últimos tiempos. Me refiero, claro está, a El Código Da Vinci. Bastante se ha hablado acerca de su verdad y su falsedad, como si eso le importase a alguien más que al autor, que ha acabado confundiendo su papel de novelista con el de historiador. Pero bueno. Parece ser que ahora que se va a estrenar la película y que el libro va a recibir su bautismo definitivo (hay libros que empeoran con las películas; no será el caso de éste, que tiene poco que perder y mucho que ganar en la memoria colectiva). Pero ya hay colectivos que se sienten ofendidos, unos por pertenecer a un determinado grupo religioso y otros por ser albinos, pues se da la casualidad de que un albino que pertenece a ese grupo es el asesino del libro. La película llega y las protestas no se harán esperar.
Recuerdo cuando se estrenó El nombre de la Rosa. Un par de frailes fueron a verla, y dado que aparecían dominicos en ella, antes de salir del convento bromeaban sobre la buena idea que sería ir al cine con el hábito. Gracias a Dios no lo hicieron: cuando el dominico Bernardo Gui, perverso hasta las entretelas, muere de la manera más horrible posible (dicho sea de paso, sólo en la película, porque en el libro se va tan campante a Avignon, que es donde debía estar), todo el cine, como un solo hombre, rompió en un aplauso. Los benedictinos no salían tampoco bien parados, y los franciscanos, quitando a Guillermo de Baskerville, tres cuartos de lo mismo. Nunca oí a ningún dominico plantearse siquiera la posibilidad de quejarse por la imagen de la Orden en esa película. La ficción tiene sus reglas. Ya lo decía Aristóteles en la Poética. Es posible que el autor ficcional quiera que asintamos al mundo que ha construido, pero lo que está claro es que un individuo medianamente informado sabe mantener una distancia crítica entre las cosas y las ficciones.
¿Por qué será que la obra de Umberto Eco, bastante más crítica con la Iglesia y con bastante más argumentos históricos, encontró mucho menos eco crítico en los grupos eclesiales, mientras que la novelilla de Dan Brown, con su secuela fílmica, está provocando estas protestas de todos los que salen mal parados en ella? Veo y no entiendo. Que alguien me explique a qué viene todo este revuelo. Mientras tanto yo seguiré dándole vueltas a aquella clave de comprensión que nos proporcionaron los clásicos: Cui prodest? (o sea, a quién le beneficia todo este embrollo)