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De gracias gratis
6 comentariosEsta semana ha aparecido en el Wall Street Journal un artículo bien interesante sobre los efectos beneficiosos para la salud del dar gracias, del ser agradecidos en la vida cotidiana. Hablan en él del “efecto George Bailey”: cómo, cuando pensamos en ciertos eventos clave de nuestra vida, damos gracias por que hayan sucedido. Recuerdo que George Bailey el es protagonista de “Qué bello es vivir”, la película que enseguida toca ver, al menos a mí.
Así pues, esta investigación (el artículo dice que “muchas de estas cosas las aprendimos en el jardín de infancia o nos las dijeron nuestras abuelas, pero ahora tenemos evidencia científica que la prueba” –¿hacía falta? Para muchos sí. Bienvenida–) nos cuenta algo que ya sabíamos, no sólo que “es de bien nacidos ser agradecidos” (que algunos, desde planteamientos teóricos críticos confunden con una imposición o sabe Dios qué), sino que la gente que agradece lo que le sucede vive más graciosamente. Y es que aquí confluyen todos los usos de esa magnífica palabra que es “gracia” y todo su campo semántico: gratis, gracias, agraciado. Uno da gracias por la bondad de lo que le acontece y porque, en cierto modo, comprende que no hay manera de convertir un acto en una obligación. Una obligación nace como tal (no pasar de 120 en autovía) y en muchas ocasiones se hace tabla rasa de la misma. Pero el hecho de que alguien ayude, sea amable, me acompañe, juegue conmigo o atienda a mis explicaciones no puede (ni debe) exigirse. Hay un salto enorme que no sé cómo damos entre lo obligado y lo gratuito, y por esto es por lo que damos gracias. Los estadounidenses tienen ese día. Ojalá nosotros lo tengamos siempre.