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De intenciones internas
3 comentariosMe gusta mucho el adagio aquel que reza de internis non iudicat Ecclesia. Se tiene, en el imaginario ilustrado, a la institución eclesiástica por una colonizadora de las conciencias. Y sin embargo, ese terreno, claramente, estaba vedado a la intromisión del juicio eclesial. La libertad de conciencia parece que va de la mano de este principio. Otra cosa es que la Iglesia juzgase de las acciones, los dichos, etc. Pero ese tiempo parece que pasó y que gozamos de libertad total, pues las instituciones y el espíritu del tiempo nos la garantizan. ¿Nos la garantizan? ¡Ni por asomo! Llevamos unos cuantos días en que una serie de personajes públicos dicen cosas e, independientemente de que se esté de acuerdo o en desacuerdo con ellos, la maquinaria disciplinaria se ha echado no tanto sobre lo dicho, sino sobre las intenciones (conciencias) que respaldan esos dichos. La filosofía de la mente lleva discutiendo largamente acerca de qué son las intenciones, y la filosofía de la acción, acerca de su papel en la constitución de los dichos y hechos. Pero todo eso cae por su peso cuando se trata de imponer a las conciencias un único modo de ser. Ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir lo contrario de lo que se piensa. Y si se piensa (libremente) algo que no se cree conveniente decir, perfectamente puede no decirse o decirse en un ámbito y no en otro. Nadie tiene por qué contarle a un periodista lo que con gusto le contaría a su mujer, y ese es uno de los líos del mundo contemporáneo, la confusión de registros… y la desaparición del sentido de la ironía. Lejos de mí defender a los personajes públicos que dicen o dejan de decir. Allá ellos. Pero hay un cierto tufillo un tanto “totalitario” en lo que se puede decir y, peor aún, lo que se puede pensar.
N.B.: El otro día, en la universidad de Valladolid, un actor “perpetró” un espectáculo poniendo a todo lo cristiano a caer de un burro. Algunas protestas. Punto. A eso me refiero con el “espíritu del tiempo”: unas cosas sí y otras no, exactamente como ha acontecido en otras épocas. Vivir, decía Azorín, es ver volver.