Jun
Decepción de una monja
4 comentariosHace unos días, un aspirante a fraile se quedó impresionado con esta declaración tan cruda que hace un personaje de la novela/película de W. Somerset Maugham, El velo pintado. Se trata de una monja que se enamoró de Dios, como una tonta (minuto 4, 08), cuando era joven (todos los enamoramientos son un tanto así), y a la que el decurso de la vida ha ido haciendo calibrar su relación para con Dios, pues éste le ha decepcionado e ignorado, como sucede con muchos maridos humanos, hasta llegar a una relación de indiferencia. Me encanta esta declaración por muchas razones, sobre todo por lo que pone de humano en esta relación, pues lo humano es cambiante, voluble, imprevisible y con clara vocación, quizá por la misma apertura escatológica a lo infinito, a la incompletitud. Concebimos a Dios como inmutable y no sabemos muy bien en qué consiste esta inmutabilidad, porque dentro de nuestra concepción cristiana se incluye también el carácter de pasible. No es nada fácil para la filosofía analizar todos esos términos y meterlos en un conjunto del que no se deriven contradicciones (tampoco es necesario, podría objetarse). Pero tampoco es fácil entender qué se quiere decir cuándo se ubican las relaciones matrimoniales (o religiosas) en un nivel tan inasible como el de las relaciones de Cristo con su Iglesia. Seguro que como meta es un buen propósito, pero la vida es cambio, desilusión, composición y recomposición, y a veces, simplemente es así, sentimos que, como esta monja, Dios nos defrauda. Seguramente seamos nosotros los que nos hemos generado una determinada imagen divina o nos hemos puesto metas que no podemos alcanzar in viam. Quién sabe. Pero también somos nosotros los que a veces sufrimos porque sentimos que las cosas son así. Es probable que cada una de estas decepciones posibles sea la puerta hacia una estancia ulterior de comprensión. Por eso me han llamado la atención las palabras de la monja.