Oct
Detención en los pasillos
4 comentariosMe llama mucho la atención la gente que, en los pasillos móviles esos del metro, los aeropuertos, etc., se queda parada, y no encuentro una razón, por más vueltas que le doy. Me imagino, quiero creer, que es por la analogía que establecen con las escaleras mecánicas, que, sí, son para subir o bajar, lo que conlleva un cierto esfuerzo, y más si se va cargado con la maleta o la compra. Se ve que la gente joven y ligera de equipaje baja sin más aprovechando el movimiento de la escalera, que complementan con el suyo propio. Y si uno lleva prisa, y puede, incluso sube larguísimos tramos de escaleras mecánicas a toda velocidad. Así, las escaleras mecánicas facilitan el tránsito. Ahora bien, los pasillos deslizantes no, y precisamente por esa analogía mal establecida. No hay ni una sola razón para detenerse y dejarse llevar por la superficie móvil, cuya finalidad es facilitar (no sustituir) el desplazamiento personal. Pero hay tantísima gente que se espatarra allá que, en realidad, esos pasillos, en muchos casos, en vez de favorecer el desplazamiento lo obstaculizan sobremanera.
Hace un par de días iba a cambiar las sábanas de mi cama. Tenía al lado las sábanas limpias, y tener una cama nueva me ocupaba un par de minutos. Iba a estar fuera de Valladolid unos días, así que si las cambiaba en ese momento (recuerdo, poco más de un minuto me lleva hacer la cama) cuando regresase a casa, tarde, seguramente, me estarían esperando sábanas limpias y frescas. Todas las razones me decían: cambia las sábanas. Cualquier observador sensato vería que lo razonable era cambiar las sábanas: un mínimo esfuerzo que proporciona muchos réditos. Y sin embargo, me daba una pereza totalmente inexpresable. Así que tuve que hacer un acto de voluntad (ya no de razón) considerable para dedicar un par de minutos a una cosa tan nimia, y a la vista de tantos beneficios futuros… (Akrasía llamaban los clásicos a esto).
Ambos ejemplos, lejanísimos uno de otro, me hacen pensar en todas las cosas que habitualmente hacemos y que son imposibles de explicar “racionalmente”, muchas de las cuales acaban generando estructuras, dogmas, actitudes que, analizadas fríamente, ya no sirven o, lo que es peor, minan desde la raíz la intención, el carisma o el impulso original que las iluminó. A veces, paulinamente, sabemos con meridiana claridad, quizá sólo sospechamos, qué es lo que hay que hacer, pero no hay manera de que lo llevemos a cabo. Si es necesario un acto de voluntad para cambiar las sábanas o para no pararse en los pasillos móviles del metro, ¿qué será necesario con las grandes cosas que configuran nuestra forma de vida (cristiana, dominicana)? Uau, el poder de la inercia da que pensar.