18
Abr
2008Abr
Dios ama a los niños
0 comentarios
Ayer, en uno de esos canales temáticos, pusieron un documental sobre los niños rusos que viven en las calles de Moscú, unos 30.000, según nos comentaban allá. Ya lo había visto hace tiempo, creo que en la 2, supongo que en uno de esos programas nocturnos que tienen por función contarnos cosas más allá de la mera cotidianidad. El documental es desasosegante, terrible, doloroso… Es la presentación del puro presente, sin futuro de ningún tipo para estos críos, abandonados a la pura ley de la selva casi siempre por haber nacido en una familia que no les aceptó, y huidos de las instituciones estatales “de beneficencia” (por decir algo) para caer en el peor de los mundos posibles. Como en El señor de las moscas, acaban estableciendo sus microsociedades y sus jerarquías. La calle no les santifica, al contrario, les deshumaniza: ellos mismos se vuelven verdugos de los otros, de los mendigos, a los que desprecian, como el hermano negro del Lazarillo que tenía miedo de la negrura de su padre. Es terrible pensar que la sociedad pueda generar ahí mismo (a veces parece que la distancia cultural nos inhibe y nos hace más “permisivos” en nuestros juicios), en la madre Rusia, que es Europa de siempre, y de la más culta, sin duda, auténticos pozos de desesperación, y precisamente para los niños, cuyo sufrimiento era lo que ponía más contra las cuerdas la fe de Dostoievski. Y a pesar de todo, el final deja abierta una puerta a la esperanza. El niño que habla el último dice algo así como: “Dios nos ama a todos, buenos y malos. Dios ama a los rusos, incluso a los chechenos. Pero, sobre todo, Dios ama a los niños”. Si es así (y así es, sin duda) ya sabemos lo que nos toca.