Nov
Dispendio unidimensional
1 comentariosNos puede parece que la cúpula de Barceló en la ONU es buen arte, pero puede no gustarnos. O lo contrario. O ni una cosa ni otra: gustarnos y considerarla buen arte. O viceversa: ni gustarnos ni considerarla arte. O algo ligeramente distinto: ni fu ni fa. U otra cosa que no tiene nada que ver: defender la obra de arte a capa y espada. O a la inversa: pensar que el arte en general no es para tanto. Podemos creer que los artistas son unos genios excepcionales. O no, y pensar que son unos jetas, o un poco de cada cosa. Podemos creer que el arte no tiene precio (nuestro ministro dixit). O lo contrario (que tiene precio, como demuestra lo que se paga por él). Cabe que pensamos que el valor del arte sobrepuja todo lo que estemos dispuestos a pagar por él. O no, y que pensamos que el dinero estaría mejor en otra parte. Puede que opinemos que la divinización contemporánea de los artistas es un proceso que responde a una época determinada, donde necesitamos iconos que cumplan funciones que antes le asignábamos a la religión. O no, y puede que creamos que es una patochada considerar a alguien que pinta como un ser que ocupa un escalafón especial en la escala de las vanidades. Puede, finalmente, que no podamos entrar nunca en esa sala de la ONU donde están las estalactitas coloridas. Y esto, creo, es casi lo más seguro de todo lo que he dicho antes. Entre tanta disyuntiva, donde cada uno trata de encontrar sus caminos, lo que me digan quienes se han gastado una cantidad de dinero (ad maiorem gloriam unius personae, de esto es de lo que casi no me cabe duda) de una partida no destinada a ello, sino a otros fines, cómo diría, al menos tan humanos como el arte, no me sirve de nada. Me encanta el arte y me apena la mentira y el dispendio. Pueden darse ambos sentimientos en el mismo ser humano, aunque algunos “hombres unidimensionales” no se lo crean.