Ago
El accidente
0 comentarios¿Qué he sacado en claro de las noticias de estos días? Varias cosas, entre las cuales no es la menor el carácter estúpido de buena parte de los organizadores del periodismo veraniego, persiguiendo a todo el que pudiese estar, de un modo u otro, implicado o vinculado, por muy tangencialmente que fuese, en el accidente del avión de Barajas para arrancarle una brizna de información que pudiese satisfacer un interés creado por ellos en el público. Sólo me interesa, y quizá por una curiosidad puramente técnica, qué fue lo que falló, en la medida en que eso pueda saberse, ya que podemos ir tirando de causas segundas en un proceso al infinito (deriva que tomará la prensa hasta que el personal-lector-oyente se canse del tema). Y es que la idea de accidente (al menos de ciertos accidentes) no cabe en el imaginario que nos venden. No sé por qué extraña razón hemos asumido de una manera en cierto modo natural los accidentes automovilísticos como parte de nuestra vida y estamos dispuestos a bregar con ellos, pero no los accidentes aéreos. Han pasado, pasan y pasarán, pues siempre queda un resquicio en la estadística para el accidente, un concepto, dicho sea de paso, que ha cambiado tanto de significado a lo largo de la historia (como casi todos) que convendría echar un vistacillo a eso que los hermeneutas llaman “historia efectual” del mismo. Nadie cree estar invocando a Aristóteles cuando tiene un accidente, pero simplemente con decirlo, está vertiendo en su decir la idea que el estagirita tenía del symbebekós. Y es que somos aristotélicos hasta el tuétano, incluso cuando se cae un avión. Conviene tenerlo en cuenta cuando los que salen en la tele, los vendedores de falsas seguridades, que diría Jesús Espeja, se empeñen en engañarnos. La letra del Réquiem rezaba aquello de “cum vix iustus sit securus”: ni siquiera el justo está seguro ante el juicio de Dios. Pues si no lo está ante el juicio de Dios, ¿lo va a estar ante una máquina o ante otro hombre? Los concepto filosóficos y teológicos se han secularizado y lo que antes se rogaba, se esperaba de Dios, se le pide y se le exige ahora a la humanidad, al hombre y a sus máquinas. Supongo que habrá que hacerlo, pero no me resigno a creer que toda nuestra esperanza y toda nuestra sorpresa haya de limitarse a lo intramundano.