May
El cálculo del tiempo justo
2 comentariosHace un par de días se cayó un señor, relativamente mayor, en el aeropuerto. Iba con su bastón, caminando por una superficie impoluta, brillante, en exceso pulida y patapúm, al suelo. No sé exactamente por qué, pero tal cosa no viene al caso. Estaba cerca de mí y de bastantes personas más, claro, en un aeropuerto a esas horas… Y hacia allá fuimos unos cuantos. Una chica, enseguida, se inclinó sobre él y le preguntó si estaba bien. Sí, respondió él, sólo que no me puedo levantar solo. La chica lo agarró y le ayudó a recomponerse. Y yo miraba. Y simplemente, me fui. Cuando consideré, creo, que la situación ya se había normalizado, me fui. Podía haberme quedado allá esperando a ver si hacía falta mi presencia, pero me dio la impresión de que hay una cierta impudicia en permanecer mirando más tiempo del estrictamente necesario para evaluar la necesidad que de uno se tiene en una situación e intervenir, llegado el caso. Lo demás me resulta un tanto violento, porque la empatía, el ponerme en la piel del otro, me invita a pensar que no me gustaría ser mirado más tiempo del estrictamente necesario, pues la mirada prolongada ya no es de ayuda, no sé muy bien de qué. Hay un tiempo exacto para cada cosa, no en el sentido del Eclesiastés (el kairós), sino en el sentido sociológico: a un amigo con el que nos cruzamos por la calle no podemos despacharle con un ademán: hay que dedicarle tiempo. A un conocido no podemos entretenerle en exceso, basta, aquí sí, el gesto. Pero al necesitado hay que encontrarle el tiempo justo, ni poco ni mucho, ni huir ni aposentarnos sobre sus hombros. Siempre el tiempo justo, y cuán difícil cálculo es.