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El prodigio del hijo pródigo
3 comentariosLa parábola del hijo pródigo que hoy hemos escuchado es, sin duda, una de las páginas más bellas del evangelio. Siempre que se habla de lo sobrenatural suena raro, un poco a programa nocturno de radio, otro poco a tiempos pasados definitivamente arrumbados y un ratito a cosas raras que pasan en pueblos perdidos y no suficientemente evolucionados. Y resulta que sea lo que sea lo sobrenatural (a lo que damos nombre, pero no determinamos, porque sólo lo podemos entrever paulinamente como en un espejo) nos lo cuenta la parábola de hoy. Hay una actitud natural, lógica, cotidiana, que es la del hermano mayor, el vapuleado de la parábola: ¿acaso está siendo justo el padre? Lo natural es eso, la actitud y la espera de la recompensa tasada y perfectamente medible y mensurable: tantos días aquí, tanto me toca; tanto trabajo, tantas monedas. Lo sobrenatural, por el contrario, aquello a lo que según Tomás de Aquino está llamado el hombre (bien violento y bien paradójico) es lo otro: estaba perdido y le he encontrado (cuántas parábolas no hay sobre el tema en los evangelios) y, acto seguido, aparece gratis (por gracia) lo que está más allá del ojo por ojo. Es lo sobrenatural, lo que no nos sale “naturalmente”. Hay tradiciones escatológicas que sostienen (esperan) que Dios será primero justo y, una vez que se haya hecho la justicia, misericordioso, porque lo sobrenatural es la misericordia (otra palabra, esa del corazón contrito, que también nos suena a rancio, como de otra época). El evento de lo sobrenatural, como dice un teólogo norteamericano, acontece en estos hechos, aunque no se reduzca a los hechos. Siempre hay un algo más que forma parte, como decían los medievales, de su sentido anagógico: lo que nos cabe esperar.