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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

14
Mar
2010

El prodigio del hijo pródigo

3 comentarios

La parábola del hijo pródigo que hoy hemos escuchado es, sin duda, una de las páginas más bellas del evangelio. Siempre que se habla de lo sobrenatural suena raro, un poco a programa nocturno de radio, otro poco a tiempos pasados definitivamente arrumbados y un ratito a cosas raras que pasan en pueblos perdidos y no suficientemente evolucionados. Y resulta que sea lo que sea lo sobrenatural (a lo que damos nombre, pero no determinamos, porque sólo lo podemos entrever paulinamente como en un espejo) nos lo cuenta la parábola de hoy. Hay una actitud natural, lógica, cotidiana, que es la del hermano mayor, el vapuleado de la parábola: ¿acaso está siendo justo el padre? Lo natural es eso, la actitud y la espera de la recompensa tasada y perfectamente medible y mensurable: tantos días aquí, tanto me toca; tanto trabajo, tantas monedas. Lo sobrenatural, por el contrario, aquello a lo que según Tomás de Aquino está llamado el hombre (bien violento y bien paradójico) es lo otro: estaba perdido y le he encontrado (cuántas parábolas no hay sobre el tema en los evangelios) y, acto seguido, aparece gratis (por gracia) lo que está más allá del ojo por ojo. Es lo sobrenatural, lo que no nos sale “naturalmente”. Hay tradiciones escatológicas que sostienen (esperan) que Dios será primero justo y, una vez que se haya hecho la justicia, misericordioso, porque lo sobrenatural es la misericordia (otra palabra, esa del corazón contrito, que también nos suena a rancio, como de otra época). El evento de lo sobrenatural, como dice un teólogo norteamericano, acontece en estos hechos, aunque no se reduzca a los hechos. Siempre hay un algo más que forma parte, como decían los medievales, de su sentido anagógico: lo que nos cabe esperar.

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Franklin
15 de marzo de 2010 a las 02:58

Querido Sixto,

Si tuviera que preservar un pasaje del Evangelio para pasarlo a las futuras generaciones, sabiendo que el resto de los evangelios y la Biblia entera se perderían para siempre, ese pasaje sería sin duda alguna la parábola del Padre misericordioso y justo.

Franklin

entós susurrante
16 de marzo de 2010 a las 15:22

Es cierto, no puede contener (o “arrojar”, si nos fijamos en la etimología de “pará-bola”) más sabiduría esta bella narración. Y es que hasta que no comprendamos la verdadera naturaleza de lo que somos, lo que nos une, lo que nos pasa por instalarnos en el mundo pensando que las leyes que hemos enunciado (desde nuestra ignorancia y a falta de visión elevada de las cosas) no son las “regulan” todo, estaremos frustrados, resentidos y con muy malos sentimientos hacia los demás, como el hermano del hijo pródigo.
Efectivamente, como tú dices, nos representa muy bien a todos, por ese sentido de “justicia” tan raquítica, tan “del mundo”, que tenemos y nos empeñamos en defender y demostrar como objetiva, aún a costa de “cargarnos” toda posibilidad de ¡ser felices! (somos así, preferimos “tener razón” a comprender y sentir la Verdad). No hay mensaje más hermoso (con seguridad, está en la base de todas las grandes religiones, otra cosa es qué se ha hecho con ello) y salvífico que el del Perdón , por eso el Cristianismo resume en el Amor los mandamientos (esa –es que en griego es femenino- es la Agapé de San Pablo en 1Corintios 13), un Amor que no puede comprenderse ni sentirse mientras no nos demos cuenta de que nada esencial nos falta, ni nadie nos puede quitar nada de ello, ni agraviarnos, aunque aparentemente nuestro hermano “menos merecedor” no sea castigado “justamente” y al final se “vaya de rositas”, encima de lo que ha hecho (no como nosotros, tan correctos).
Por eso, cuando recemos al Padre, tenemos que poner especial énfasis cuando decimos “disuelve nuestras deudas” (la traducción anterior de “cancela nuestras deudas” recoge mucho mejor el original griego, pues, ¿cómo Dios va a “ofenderse”?)) como también nosotros liberamos a nuestros deudores”... Si no, ¿de qué estamos hablando... y sintiendo? El hermano mayor de la parábola llevaba una contabilidad muy justa..., pero esa misma “justicia”, que le impedía “disolver deudas” le ataba también a él (a cada uno de nosotros) a una visión del mundo en el que las cuentas "matemáticas" nos atrapan y nos impiden ver Lo Bello (o la Verdad, o la Justicia –siempre amorosa, es decir, “disolvedora de deudas”-).
Ojalá que cada vez que escuchemos o leamos la parábola del hijo pródigo nos preguntemos, al menos, por qué nos hemos condenado (¡nadie lo ha hecho!) a caminar por la vida con tan pesadas cadenas, cuando la llave para abrirlas se nos dio hace tanto tiempo...

Fray José Mª Esteve i Pallarés,op
16 de marzo de 2010 a las 16:47


Acostumbrados a clasificarlo todo colocamos al hijo pródigo en el equipo de los" malos" y al hijo mayor en el equipo de los "buenos",para después señalar que resulta ser al revés.
Lo importante está en que el Padre,lo es de ambos hijos. Y el verdadero "pecado" de los hijos es no reconocerse como tales.
No se lo que debe decir Santo Tomás.Las parábolas Jesús no las explicaba a los escribas y doctores. Los que las escuchan todos sabemos que todos somos algo pródigos y algo hijos mayores. Todos conocemos nuestros fallos y errores. Todos sabemos en qué vamos dilapidando la fortuna que nos ha dado el Padre. Pero los creyentes nos hemos quedado en "casa". Todos vivimos con el Padre...pero parece que lo hemos olvidado y no le damos importancia. Creemos que valemos por que sabemos "mucho",hacemos mucho apostolado,vamos a coro y somos fieles... Y valemos,por que somos Hijos. De la misma manera que Dios perdona nuestra parte de pródigos,por que somos Hijos.

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