Jun
El vuelo y la plegaria
6 comentariosHe visto en las noticias que un piloto, ante una situación que se preveía complicada, pidió a los viajeros que rezasen lo que supieran. Supongo que la mayoría de los medios da esta noticia por lo poco habitual que es (hombre muerde perro). No faltarán quienes pongan a caldo al piloto por haber permitido que sus convicciones religiosas invadiesen un espacio secular y no dudo de que habrá quienes se hayan sentido ofendidos, aunque no fuesen en ese avión. Maiora videbitis. Yo agradezco al piloto que me haya recordado que, en ocasiones, la realidad está por encima de las propias posibilidades y poderes y que en la propia mano está hacer lo que se debe y se puede hacer. No más. Si el buen hombre hubiese salido de la cabina, se hubiese sentado en un asiento entre los pasajeros y hubiese dicho: esto es demasiado. Que lo arregle Dios, que es cosa suya… la cosa habría sido distinta. Pero no, agarró los controles y dijo: échenme un cable desde ahí. ¿Y qué se puede hacer desde el asiento de turista?
Hace años, en un viaje en avión, el aparato, de la edad de Matusalén, se metió en una tormenta de granizo y empezó a menearse como la barca de San Pedro el día que gritó aquello de “sálvanos, señor, que nos hundimos”. El piloto trataba de sacar el aparato de aquella lavadora atmosférica. Los motores iban a reventar y el gradiente de ascenso indicaba que el hombre tiraba de los mandos con fuerza. El ruido del granizo golpeando la estructura del cacharro imponía respeto. En el vuelo íbamos varios lectores de filosofía, puesto que nos dirigíamos a un congreso. De entre todos, el grupo más numeroso eran los nietzscheanos, que cuando la cosa se puso complicada se pusieron a chillar como alma que lleva el diablo. El resto supongo que callaba o rezaba. Me faltó tiempo, superado el percance, para acercarme a mis colegas y preguntarles dónde había quedado el “amor fati” que predica Nietzsche. No sé si las plegarías silenciosas ayudarían (sé que sí; el “sé” aquel se refiere a conocimiento empíricamente verificable, que no es todo el conocimiento), pero era todo lo que se podía hacer entonces. También gritar, claro, y tirar todas las poses filosóficas por la ventana en cuestión de segundos. Pero el episodio del piloto rezador me ha hecho recordar que lo religioso es ante todo una dimensión que se lleva puesta, y uno no se la quita cuando sube al avión.