Feb
Esto es basura
2 comentariosNo hace mucho me encontré en una especie de sótano una caja de folletos devocionales dedicados a San Judas Tadeo, del estilo de los marianos que tenemos por aquí en Montesclaros, la Peña de Francia, etc. Mientras comía algo, me puse a hojear uno. Como es habitual, están llenos de relatos edificantes y de gracias recibidas por milagros de gran o de pequeño calado, lo cual es siempre tan relativo… La curación de una enfermedad grave es un milagro de los gordos, pero para quien está desesperado porque su hijo no estudia y, tras la oración a San Judas Tadeo, resulta que se aplica y hasta se vuelve “una persona de provecho”, no hay duda de el santo ha obrado un milagro de categoría. Supongo que solo quien tiene un hijo en situación conflictiva tiene los ojos abiertos para percibir esa sutileza.
Es evidente que vivimos desde hace mucho en un mundo que, en general, desdeña todo este tipo de cosas, aunque luego se deja enredar en brujerías varias. Los mismos teólogos se han abonado a aquella famosa “desmitologización” –que ha tirado por el desagüe el agua, el niño, la bañera y a la abuela que pasaba por allí– y algunos incluso se enfadan si alguien defiende la oración de petición, que ya son ganas de enfadarse a lo tonto y sin razón. Pero en fin, de la mano de este nuevo espíritu liberal va la idea de que creer en el milagro en el mejor de los casos es una superstición medio tonta y en el peor una irresponsabilidad.
Encima de los folletos, en la caja, había un papel que decía: “Esto es basura”. Literalmente se refería a que los folletos estaban ahí para ir al cubo de reciclaje. Habrían sobrado de una impresión muy grande, quizá se habían olvidado de enviarlos o la gente no los había recogido. Quién sabe. Pero ese textillo me dio que pensar. Los que no son partidarios de contar las gracias recibidas, ni de pedirlas, consideran que, efectivamente, todo ese mundillo del milagro grande o pequeño no es más que eso, basura conceptual. El mismo Hume o Puente Ojea podrían haber puesto ese papelorio en esa caja y haberse ido hinchando pecho. Y así llevamos algunos siglos diciéndole a Dios lo que tiene y lo que no tiene que hacer. Porque la crítica fundamental a los milagros, tan expansiva en la Ilustración, y que ya es parte de ese humus del que hablamos, es que no se dan porque no se pueden dar, lo cual es una pescadilla que se muerde la cola de manera pasmosa. Todas las demás críticas a los milagros dependen de esta afirmación fundamental, de muchas raíces y con muchas ramas: no se dan porque no se pueden dar.
¿Quién soy yo para... que decía el Papa? ¿Acaso conozco toda la realidad y puedo tener todas las experiencias posibles? No hay nada de malo en poner una vela, por mucho que los filósofos empelucados le miren a uno de reojo.