15
Nov
2006Nov
Ex nihilo, nihil
2 comentariosHay tantísima buena música escondida en los anaqueles de sabe Dios qué catedrales, bibliotecas o casas particulares que cuando uno accede a ella se sorprende de que la vida pudiese haber continuado sin que hubiese acontecido la salida a la luz de esas joyas. Cuando yo daba clase a chavales de bachillerato, tiempo ha, solía ponerles de vez en cuando alguna película de las de a kilo, como, por ejemplo, Tiempos modernos, de Chaplin. Y luego solía lanzarles, casi a modo de requisitoria: “Y pensar que te podías haber muerto sin ver esto”. Suelo decir eso porque me parece que la cultura, la buena cultura, la cultura de verdad es un regalo que los que nos han precedido nos hacen y que nosotros y nuestros coetáneos nos hacemos mutuamente. Sé que la inmensa mayoría de la humanidad no escuchará nunca a Mozart (no digamos ya a Cabanilles, a Soler, a Sweelinck o a Lefebure-Wély, que no están en el circuito de las megadivas), no leerá nunca a Cervantes (y menos a Hegel, a Danto, a Eladio Chavarri o a Emilio G. Estébanez), no viajará nunca a Italia (y menos a Berlanga, a Cangas o a Gulina). Todo eso es una pérdida irreparable. Es cierto que en la vida hay que elegir, pero una elección entre nada y nada no es elección. Y hay que elegir con sumo cuidado, con un tiento y un tino en el que nos va nuestro ser, como dirían los existencialistas, mientras, fumando en pipa, se dedicaban a regodearse en la miseria de la condición humana. Con esa pose no se va a ninguna parte y se nos escapan todos los placeres y bondades. Cada quien según su posibilidad y a cada uno según su necesidad. Esto, tan marxista, que ya está en Santo Tomás y en la regla de San Agustín, es un excelente criterio para dar forma a nuestras elecciones. No podemos morirnos sin haber saboreado las mieles de la belleza y la verdad de lo cultural, que también vienen del Espíritu Santo, que diría el Aquinate. No me cabe duda (en la medida en que no puedan caber dudas escatológicas) de que, al final, junto al amor, nos examinarán de lo que dejamos, por desidia, de hacer, también en beneficio propio, porque, como nos enseña Herman Hesse en su Siddharta, si no nos llenamos en cierto modo nosotros mismos, es difícil que podamos dar nada a nadie. Ex nihilo, nihil.