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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

18
May
2009

Fish y Eagleton

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Alguien dijo que una vez que aparecieron el telescopio y el microscopio, la religión ya no explicaba nada importante. Y a esto Terry Eagleton le responde: “Es como decir que gracias al tostador eléctrico podemos olvidarnos de Chejov”. O mejor aún: “creer que la religión es un intento chapucero de explicar el mundo… es como ver el ballet como intento chapucero de correr tras el autobús”. Todo esto lo veo explicado en un artículo de Stanley Fish (al que todos mis alumnos de estética conocen…, creo) en el NYTimes sobre un libro de aquel autor, Eagleton que, de vuelta de todo y hasta las narices de mucho, escribe lo que le da la gana y, creo, lo que piensa y siente. El debate que se ha provocado en los comentarios es sugerente, porque el tema sólo está resuelto para los cuatro gatos que han llegado a una conclusión definitiva, fundalemtalmente por no pensar (aunque también se puede llegar al lecho de roca del que uno no piensa moverse después de mucho pensar). Ayer por la noche, en una cadena de la tele, ponían un documental sobre cómo vive bastante gente en Manila, y era terrible. Y la pregunta es, siempre, aunque sea un tanto repetitiva, quién justificará a esta gente que vive tan miserablemente. El fiador por el que claman los Salmos seguramente sea una respuesta. Porque el pensamiento europeo de finales del siglo XX, tan preocupado por la existencia angustiada no sólo es que no tenga en cuenta a estas personas, sino que ni siquiera puede acercarse a ellos, tan centrado en un sujeto que ni es sujeto ni es nada sino en virtud de sus decisiones, proyectos y demás mandangas. Si no partimos del suelo firme (ahora póngase todos los calificativos debilitantes que se quiera a este adjetivo) de la fraternidad basada en la filiación religiosa (ya sé que esto me está quedando demasiado teológico, no sé si raro), es decir, si no comenzamos afirmando que hay una esencia (con perdón) humana que es la que nos dota de derechos y deberes (y creo que esto tiene una dimensión religiosa inalienable), sólo nos queda lo que decía Rambo en su última película a los misioneros: “¿llevan armas? –no– Entonces no van a cambiar nada”. Porque nunca es el Estado ni el pacto ni el contrato el que nos dota de derechos. Los traemos puestos cuando entramos a este mundo. Y olvidar esto porque el microondas funciona bien (para calentar la leche) es reducir nuestra vida al siguiente cacharro que, si bien seguramente sea necesario, nunca será suficiente.

 

 

 

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