23
Mar
2010Mar
Hildegarda
4 comentariosHildegarda de Bingen, la celebérrima monja benedictina del siglo XII, música, botánica, abadesa, poetisa, mística, en una ocasión le dijo a un abad: “Piensa que eres un ser mortal, y no temas tanto, pues Dios no está buscando continuamente en ti nada que sea demasiado celestial”. Eso para los que consideran que en el medievo la gente andaba enrarecida todo el día, maltratando sus cuerpos y sus almas en pos de una salvación irrealizable. Hildegarda no sólo recriminaba al abad por creerse un tanto divino y pretender agostar las posibilidades de la gracia (dejarla sin ejercicio), sino que permitía y recomendaba a sus monjas que se engalanasen los días de fiesta, precisamente porque eran días de fiesta y eso debía traducirse en el rostro y en la vestimenta. Es más, para Hildegarda, Dios había dispuesto todas las cosas que hay en el mundo, de tal manera que unas velasen por otras, de ahí que realizase una intensa labor botánica y de farmacopea, pues si el hombre debe velar por las plantas, éstas también deben velar por la salud de aquel, preludiando a Alberto Magno. No quiero con esto glorificar el medievo, inducir a partir de unas figuras la maravilla de una época. No, no me cabe duda de que yo no hubiese durado un día allá. Pero sí me llama la atención la época en su conjunto, que da lugar a figuras de una talla tal que parece que encajan mal con los estereotipos. Hildegarda postuló la unidad del hombre, y defendió que el cuerpo se curaba curando el alma y a la inversa. Es más, interpretando una de sus visiones del Anticristo, aconsejaba que incluso la castidad no fuese más allá de “la medida natural”, por lo que se oponía al desprecio corporal del catarismo y llegó a sostener una escatología en la que las personas resucitarían “en la perfecta integridad del género y de la carne”, y a hablar de la sexualidad como imagen de la Trinidad. Sin duda se trató de una mujer fuerte, bien bíblica, en medio de una Iglesia totalmente dominada por los varones, tanto que, en el siglo XVI Tritemio de Sponheim, queriendo llamar la atención sobre ella, la incluyó en el catálogo de “varones ilustres”. A mí me sirve como ejemplo