A veces uno escucha cosas en la radio (o lee en la prensa) que no pueden dejar de sorprenderle, sobre todo cuando se refieren a temas religiosos que a uno, en cuanto persona de andar por casa, le preocupan. Resulta que algunos comentaristas empiezan a hablar de Dios, nada más y nada menos, exactamente como hablaría un niño que aún no ha hecho la primera comunión: una cosa antropomorfa, barbuda y con un rayo que lanza a diestro y siniestro (igualito que Zeus, vamos). Y uno se pregunta que por qué no han madurado estas gentes (que en otros terrenos puede que sean exitosos profesionales) en el aspecto religioso. ¿Acaso no hay que crecer en esto? Me resulta difícil pensar que la vivencia religiosa sea un dato dado de una vez por todas y para siempre. O mejor dicho, no es que me resulte difícil creerlo, sino que simplemente no me lo creo. En todos los ámbitos de la vida se van depurando, educando, interpelando, dejando y haciendo crecer las imágenes (y las experiencias, y las vivencias, y las esperanzas…) que, como la vida misma, son históricas. Y claro, cuando uno tiene 50 años y se pone a desbarrar contra un dios que está sentado en una silla, viendo pasar el universo y rascándose las orejas de las que le salen pelos, parece que hay lo que algunos técnicos llaman “disonancia cognitiva” o lo que, dicho en román paladino, viene a ser equivalente a “parida”. ¿Qué le hace suponer a uno que la imagen de Dios que portaba en su sesera cuando tenía 7 años le vale a los 20, a los 30 y a los 70? Pues no lo sé. Pero es lo que tienen las imágenes, que, a diferencia de windows, no se dedican a amargarnos a vida diciéndonos: hay actualizacioneslistas para el equipo. Mas, aun así, conviene pensar de qué se habla cuando se habla.
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.