17
Feb
2008Feb
¿Importan las palabras?
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Cuando las palabras eran importantes era muy fácil caer en la herejía. Cualquiera que haya estudiado patrología ha podido ver que los Padres se daban porrazos (a veces no sólo dialécticos) por cuestiones de palabras. Todos recordamos el homousios frente al homoiousios (sólo una “i” de diferencia, una iota y ahí se jugaba que Cristo fuese de la misma naturaleza que el Padre o de naturaleza semejante, y eso es mucho jugarse). Aún vivimos la ruptura ocasionada por el “filioque”: si el Espíritu procede del Padre solo, del Padre por el Hijo o del Padre y el Hijo, y ahí están los expertos en ecumenismo tratando de rehacer una historia de malentendidos entre el Oriente y el Occidente cristiano. Y así podríamos escribir libros y libros.
Cuando las palabras importaban…, cuando importaban porque se suponía que había una realidad sustancial, sólida, real, a la que correspondían. O sieplemente algo. Hoy, lo sabemos bien, un político dice que hay que crear tensión, que va a dramatizar, y luego nos dice que quería decir que los nísperos al ajillo saben bien. Eso es lo que quería decir, y aquí no pasa nada. ¿En qué parte del camino perdimos el sentido de la realidad? ¿Cuándo empezó a ser tan determinante la intención que uno tenía, que manipulando un destornillador resulta que pretendía que sonase un la bemol, y los oyentes pacíficos tenemos que aceptarlo? Que hemos perdido el respeto a las palabras es claro, y donde dije digo sigo diciendo digo, porque si digo diego parece que mi pensamiento no es claro, firme, y puede ser que, visto desde una perspectiva marginal, sea posible ese requiebro tan increíble. La postmodernidad, al menos desde el punto de vista del lenguaje, se parece mucho a la sofística contra la que tanto luchó Platón. Que Platón estuviese equivocado es posible. Pero que se pudiese defender lo mismo y lo contrario al mismo tiempo le sacaba de sus casillas. Y a mí también. Pero puedo estar equivocado, claro que sí.