Ayer se inauguró el Curso en la facultad de teología de San Esteban de Salamanca con una solemne y magistral conferencia magistral (nótese el doble significado que tiene el mismo término) a cargo de Jean Louis Bruguès, secretario de la Congregación para la Educación Católica, dominico y también arzobispo. Y digo que la charla fue magistral por su contenido, su forma y su tono: las cosas hay que decirlas bien, y así lo hizo "nuestro hermano Jean Louis", como le llamabaJuan Huarte, presidente de la facultad, cada vez que se dirigía a él. Y es que no todos los obispos, arzobispos, cardenales y demás se avienen a hablar de lo que hay que hablar, y además con un rigor intelectual y un sentido del humor tan acendrados como los que mostró el conferenciante de ayer. Es interesante constatar que, desde Roma, a veces se ven las cosas con mucho menos pavor que desde las provincias de la cristiandad, donde hay, en ocasiones, pánico a manifestar nada que pudiera salirse de la línea directriz marcada por no sé sabe muy bien quién. Cuando Esteban Tempier, arzobispo de París, condenó 219 artículos (en 1277, no se me vayan a confundir), y algunos de sus anatemas iban directamente contra Tomás de Aquino (ya se ve que el hombre no andaba muy fino con eso de los signos de los tiempos), se provocó un movimiento de meneo intelectual que llegó hasta el Renacimiento. A este respecto, nuestro hermano Pico de la Mirándola cita a Enrique de Gante y Giles de Roma, quienes afirmaban que no todos los doctores quisieron condenar los artículos parisinos, sino que fueron presionados a hacerlo por algunos cabezones (traduzco literalmente, creo): “quod de illis articulis nihil est curandum, quia fuerunt facti non convocatis omnibus doctoribus Parisiensibus, sed ad requisitionem quorundam capitosorum”. Y de aquellos polvos, estos lodos. Tempier consultaría a algunos y al final, como se dice en román paladino, el que más chifló, capador. No tenían más razones, sólo chillaron más, a decir de Giles de Roma. Por eso, cuando nuestro hermano Jean Louis hacía una llamadaal estudio y a no temer la razón aplicada a la fe no nos estaba descubriendo nada que no forme parte de nuestra tradición dominicana, mas sí estaba quitando un velo a un mundo en el que, cuando no se considera irracional la creencia, se la quiere reducir al ámbito del sentimiento y del qué-bien-me-encuentro-cantando-los-salmos (mas no me preguntes por qué ni de qué). Y todo este rollo para decir que ojalá escuchemos muchas más conferencias como esas, tan bien preparadas, tan bien dichas y tan humildemente expuestas.
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.