Abr
Instantes a borbotones
1 comentariosMuchos filósofos del XIX, recogiendo tradiciones que venían de lejos (parece que es bastante cierto aquello de nihil novum sub sole, al menos en los ámbitos de las cosas que realmente nos importan) consideraban la vida un tedio irredimible. No hay más razones para vivir, casi cabría decir, que razones muy intelectuales, porque nuestra vida se debate entre el dolor y el aburrimiento. Esto es Schopenhauer, sí, pero también lo comparte alguno de sus discípulos, como Mainländer. Mas no hacía falta que nos lo dijesen de modo tan sesudo, pues todos experimentamos en muchas ocasiones esa sensación de “domingo por la tarde”, tedioso, aburrido (para muchos, según dicen, y yo lo achaco al carrusel deportivo, que quita las energías a cualquiera). Es cierto, sin embargo, que no caben demostraciones “científicas” para esa consideración de la vida. La vida es. Punto. Las circunstancias la modelan, pero cada quien la va conformando, de eso estoy muy convencido. El tedio puede abalanzarse y caer sobre uno, pero tal cosa no es un imponderable, así, en sentido absoluto, sino que se lo puede desviar con un pase torero. Ahora bien, tales circunstancias, es cierto, nos presentan una estructura constitutiva de la vida, esa especie de forma a la que uno tiene que dar contenido. Cuando a uno le quedan cuatro telediarios, acontece en ocasiones que suplica más tiempo. Y yo me planteo: tenemos tiempo a borbotones desde que nacemos, y, de modo bobo lo vamos arrojando por la borda también a borbotones. Sólo llegado el final, como si fuera la hora de entreegar el examen, pedimos un minutillo más para acabar lo que está pendiente, cuando durante todo el tiempo del ejercicio mirábamos a las musarañas. ¿Quieres tiempo? Si ya lo tienes. Mira a ver qué haces con él, no tanto por la cuentas que nadie te vaya a pedir como por no dejar que el instante, tan hermoso, no se detenga al menos para mirarlo.