En efecto, lo que vaticinó una de nuestras políticas se ha cumplido, el acontecimiento planetario, sólo que no tiene nada que ver con lo que ella previó. Michael Jackson ha pasado y ha entrado en el olimpo donde viven los mitos. Yo no soy quién para decir nada de este artista, de quien conocía poco y escuché lo que todo el mundo que escuchó lo que todo el mundo que escuchó…, es decir, lo habitual. Pero de lo que no cabe duda es de que su muerte ha supuesto un acontecimiento planetario, sea lo que sea eso. Al menos, estoy seguro de que se han enterado de ello en los rincones más remotos del planeta, cosa por la que nuestros políticos hubieran vendido, sin duda, su alma. Un fraile, hace años, comentó que se había enterado en plena selva peruana de que existía un grupo español que se llamaba Locomía. Si allá eran conscientes de la existencia de estos saltimbanquis, ¿no lo serían de Jackson? Seguro que sí. Y es que lo que constituye los acontecimientos planetarios son muchas cosas, pero sobre todo ese ámbito previo en el que estamos instalados y que nos constituye. Hay fenómenos que son puramente publicitarios y otros que van más allá. Seguramente nos queda mucho por escuchar de esta cantante, que, como otros muchos, vivió rápido y murió joven, condición casi necesaria para convertirse en mito. Pero, insisto, no sé nada más de él, salvo que uno de sus “maxi-singles” (¿quién usa esa terminología ya?) fue el primer o el segundo disco que compré, en Segovia, hace unos 25 años y que siempre me cayó bien, no sé por qué.
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.