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Blog Bitácora Véritas

Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

22
Jun
2008

José Luis

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Estaba escuchando en la radio unas cosas conspiranoicas. De un tiempo a esta parte, mucho personal está obsesionado con encontrar códigos que nos indiquen la fecha del fin del mundo. ¿Para qué? ¿De qué sirve saberlo? ¿Para venderlo todo o meterse en una hipoteca que se sabe que nunca se ha de pagar y así reírse de los banqueros? ¿Para cometer alguna tropelía que no pueda ser penada, como si uno tuviese el anillo de Gyges? No sé. Sirve para bien poco, como sirve esa cosa medianamente cabalística, ocultista y muy secreta oculta en los cuadros de Miguel Ángel de la que se hacen eco los medios hoy. Que en los cuadros se ve más no de lo que hay, sino de lo que puede haber es clarísimo, sobre todo porque nos encanta buscar claves ocultas de tesoros en este mundo aparentemente desencantado. Que hemos perdido la posibilidad de leer ciertos lenguajes que eran más o menos comunes en la época de construcción de ciertos edificios o de la pintura de ciertos cuadros, también es verdad. Pero resulta que, de haber olvidado algo no se sigue que ese algo haya sido deliberadamente ocultado. Y con esto voy a lo que iba. Anteayer se murió un fraile, José Luis Pérez, a los que los alumnos de la Virgen del Camino llamábamos El Chechu (lo digo por si alguno de mis lectores puede reconocerlo mejor así). Fue mi profesor de lengua y de latín, un excelente profesor, durísimo, quizá el más duro que recuerdo, pero si le seguías el ritmo aprendías, vaya que sí. Cuando llegué a la universidad con el latín que había aprendido con él casi pude dedicarme a vivir de rentas. Siempre trató de sacar a la luz esa lengua que fue la lengua franca durante, grosso modo, quince siglos y que hoy se ha olvidado prácticamente, lo cual no es ni bueno ni malo, simplemente quien no puede manejarse en ella es objeto de piedad (como es objeto de piedad quien no sabe ver cine, entender un teorema o deleitarse con un cocido, pues se le escapa algo de lo humano). El Chechu enviaba para Sibería (era su frase) al que no sabía la lección. Una vez, nunca lo olvidaré, preguntando algo de latín pasé algo de vergüenza, porque no se me daba mal y, tras haber preguntado por toda la clase, me miró y dijo: “Ustedes son el desierto, vayamos al oasis”. Jajajaja. Todavía lo recuerdo, como recuerdo a uno de mis compañeros, aterrorizado en sus clases de latín, conjugando el imperativo de moneo, de modo silábico, porque temblaba tanto que no sólo se movía el pupitre, sino que su voz era un puro entrecorte: mo-ne, mo-ne-to, mo-ne-te, a-mo-to… Así, “amoto” pasó a formar parte de ese tiempo verbal. Me viene a la memoria también que una vez, recién llegado de un balneario, nos decía que nunca sabíamos cuándo nos sería útil el latín. De hecho, él acababa de leer allí “istae aquae non te nocebunt”. Sin duda, las aguas que nos dio a beber no nos dañaron. Al contrario. Mucho es lo que le debemos. Que Dios lo tenga en su gloria.

 

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