Abr
La arcadia alemana
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Creo que ya lo he dicho en alguna otra ocasión, pero lo que nos pasa a los filósofos que no vivimos habitualmente en Alemania, y que, por tanto, o estamos acostumbrados a escuchar todos los días el alemán de habla común, es que podemos hablar de las cosas más abstrusas (y los alumnos se te quedan mirando como diciendo: eso no es alemán, nadie habla así… Nadie salvo Heidegger o Hegel, jeje), pero cuando nos dicen si el huevo está bastante pasado miramos con cara de extrañeza, como si no esperásemos que un alemán nos hablase de cosas tan profanas. Pero eso es por deformación profesional. También en Alemania hay culebrones en alemán (pero, ¿se puede mancillar así la lengua sacra de los filósofos? –con permiso del griego–). Y diario de Patricia y cotilleos y cosas de esas. A los filósofos no pasa con Alemania lo que les pasaba a los alemanes decimonónicos con los griegos, que les parecía que todo lo allí habido era perfecto, que había un “grecidad” maravillosa. Y eso es porque todos llevamos dentro de nosotros una necesidad escatológica, de compleción, de perfección, de que ha de existir una Arcadia donde el lobo y el cordero pasten y coman juntos. Lo necesitamos como el aire. Y tenemos aire. ¿Por qué no habríamos de tener también Arcadia? Llegará, sin duda alguna.