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La catequesis de la grúa
4 comentariosAyer coincidió que un antirrobo del coche, un aparato que bloquea la dirección, de cuya existencia no tenía la menor idea, se estropeó. Así, sin más, de modo intempestivo e inopinado. En el mundo electrónico en el que vivimos, ese bloqueo imposibilitó el arranque del coche (ah, cuánto eché de menos los coches de antes, que se arrancaban simplemente empujándolos y metiendo la segunda). Pues bien, hube de llamar a la grúa, llevar el coche al taller… vamos, lo habitual en estos casos. Coincidió que el operario gruísta me preguntó si era profesor de la universidad (ya que es allí donde me vino a recoger), y de qué y patatín y patatán, lo que se suele hacer para entablar una conversación con quien vas a compartir cabina por un espacio de una hora. Ah, filosofía, interesante. De ahí, al sentido de la vida y de éste a la cuestión de Dios. El buen hombre aprovechó para catequizarme. Al principio del diálogo-monólogo (como los diálogos de Platón, donde en contrincante de Sócrates poco más dice que “sí”, “realmente”, “¿cómo podría ser de otro modo?” o el famoso “por el perro”) me apercibí de que era cristiano, pero sólo después de un rato de que no era católico. Enseguida averigüé a qué confesión pertenecía, no me fue difícil, y cuanto más tiempo pasaba más claro se veía, pues de las consideraciones generales fue pasando a las particulares y concretas. No sé decir si en lo esencial sus apreciaciones coincidían con las católicas. Quizá sí: la concepción de Dios como amor, que cuida de sus “criaturitas” (término que repitió en una miríada de ocasiones), el plan de Dios sobre la humanidad… Pero hay otras que están bastante alejadas: Jesús como primera criatura, que no es Dios (bien arriano que suena esto), casi como un eón que coexiste con el Padre, el espíritu como la fuerza de Dios, y este “sistema de cosas” ordenado y regido por el espíritu del mal, un poder no semejante a Dios, pero casi, que por lo menos le planta cara. Si a esto añadimos una lectura ultraliteral de los pasajes bíblicos, todo eso daba lugar a un cóctel difícil de digerir. Pero no era eso lo que me daba que pensar. Al contrario, la pasión que este hombre ponía en contarme cómo percibía que la vida tenía un sentido, lo cual le hacía inmensamente feliz, me hizo pensar en la necesidad de raíces que todos tenemos y en cuán feliz se vuelve un hombre cuando piensa que las ha encontrado. No sé si los católicos se nos ve esa sensación de redimidos en la cara. Ojalá fuese así, aunque no tengamos por qué contarlo a tiempo y a destiempo.