May
La olvidada austeridad
1 comentariosHay una virtud, me crean o no, que preside la vida de la mayoría de los frailes que conozco: la austeridad. Suena raro en esta época en la que ha dejado de ser una virtud para convertirse, en algunos casos, en una necesidad, y en otros en un deseo (de quien ni siquiera puede permitirse el lujo de ser austero). En ocasiones vivimos en edificios bien situados (que no lo estaban tanto en el momento de su fundación)… que casi siempre se llevan gran parte de nuestros ingresos, porque son viejos, mal acondicionados, etc. etc. Pero no voy a hablar de eso en concreto (siempre se me podrán aducir ejemplos en contra), sino ?vuelvo al comienzo? a la austeridad extra-conventual (en la que hemos sido educados quizá de modo tácito). Me ha llegado el aviso de un congreso sobre la familia que costará medio millón de euros. Nunca he organizado algo así, ni me atrevería a organizarlo, pero es una barbaridad de dinero. Cuando me ha tocado hacer algo por el estilo (invitar a conferenciantes, organizar jornadas, etc.), en muchas ocasiones con dinero público, yo mismo he puesto el límite: no se puede pagar más que esto por la conferencia. Y algunas figuras filosóficas o de la farándula ?puedo entenderlo? me miraban (o mejor, lo supongo, porque siempre era en conversaciones telefónicas) con sorpresa y me hablaban de su caché de tanto y cuanto, a lo que yo respondía: no podemos pagar más. No se trata de que un conferenciante no merezca más, sino de lo que he dicho: no podemos pagar más. El dinero público, que aquella ministra decía que no es de nadie, resulta que sí lo es, y ahí nunca está de más el escrúpulo. Hemos organizado durante cuatro años en Valladolid, con cuatro duros, unas jornadas de cine y filosofía, en las que los conferenciantes eran voluntarios y no cobraban nada (también contra mi criterio, porque el trabajador merece su salario)… La clave, seguramente, esté entre el salario que merece todo trabajador, que es de justicia humana, natural y divina, y los cachés y demás gastos de representación y suntuarios. Es un territorio borroso, donde manda la prudencia, que aunque nos suene a cosa de carcamales, es lo que nos permite salir de los agujeros en que nos metemos. Ah, la prudencia no es ir mirando para el suelo, sino la sabiduría práctica (de Aristóteles) de la que tanto se hablará, seguramente, ahora que a Martha Nussbaum le han dado el Príncipe de Asturias.