Abr
La otra mejilla
2 comentariosCuando cogí el autobús no llevaba cambio, sólo un billete de 20 para el que el conductor no tenía vuelta. ¿Qué hacemos? Baja a cambiar en la siguiente parada, que yo te espero. Deja la maleta aquí. ¡Qué fácil es facilitar la vida con sólo un poco de cesión! Perfectamente podría haberme dicho: lo siento, no tengo cambio, te bajas y subes al próximo cuando consigas monedas. Y yo lo hubiera entendido, porque entra dentro de lo esperable, y casi, de lo exigible. Simplemente el conductor no tenía obligación de hacer algo por mí (yo no tenía derecho a exigirle nada), mas lo hizo, sin perjuicio de nadie (no hubo retraso alguno, ya que había viajeros subiendo, aunque, en teoría, podría haberlo habido). Cosas como éstas dan razones (para…). Me gusta que la gente trate de ser amable. Es un pequeño plus de la vida cotidiana que lubrica las relaciones sociales, las hace amables, fáciles, amenas. ¿Está escrito en algún sitio que las cosas tengan que ser constitutivamente difíciles? En absoluto. Pero, ah, al subir al tren, un señor nos contó a todos los del vagón su vida, milagros y demás intimidades mientras hablaba, durante 40 minutos por el móvil, como si estuviese en el salón de su casa. Y también hubo amabilidad, no por su parte (sabemos cuán cuesta arriba se hace soportar esa conversación torpedeando los oídos cuando uno trata de leer, dormir o simplemente estar), sino por parte de todos los viajeros, que cedieron (cedimos) parte de nuestro derecho (no sé cuál, quizá al silencio) simplemente para evitar una situación que se podía encanallar fácilmente. En fin, todos tenemos derechos y muchas veces entran en conflicto (seguramente 70 veces 7 al día). Y siempre, en ese conflicto, alguien tiene que ceder un ápice en la exigencia de la aplicación máxima de su derecho. En otra terminología, más sonora, se llamaba poner la otra mejilla. Eso hace la vida infinitamente más sabrosa.